lunes, 22 de octubre de 2012

Algunos problemas con el inmortalismo

Por Ben Best
Editado por el Immortality Institute
Traducido por Crionica.org
         

En la tierra de Oden / Hay una montaña / Que se eleva a miles de metros de altura. /
Una vez cada millón de años / Un pajarillo se acerca volando / Para afilar su pico
en la montaña. / Y cuando esa montaña / Sólo sea un valle / Eso para la Eternidad
será... / Sólo un día.

            Oí esta canción en inglés cuando estaba en mi segundo año de Universidad. Es una traducción de una canción popular austríaca que todavía me conmueve. Desde que era un crío, siempre he ansiado vivir eones, y todo cuanto hace referencia a la prolongación del tiempo ejerce un poder hipnótico sobre mí. Mucho antes de haber oído hablar de criónica, tenía una vida muy fantasiosa y me imaginaba siendo el único sobreviviente de la humanidad después de que la Tierra se hubiera convertido en un infierno de volcanes y fuego. Pero, a pesar de que no existen límites con respecto al tiempo que deseo vivir, creo que existen buenas razones para creer que el inmortalismo es un objetivo irreal, además de autocomplaciente. Las palabras “para siempre” no implican un período de tiempo muy largo, sino una eternidad, y eso va más allá de la concepción realista.



            Podemos aplicar modelos matemáticos en un tiempo infinito para hacer ciertas estimaciones: preferiría que me dieran un dólar hoy a que me lo dieran dentro de un año. De igual forma, el valor de estar vivo el año que viene es para mí mucho mayor que el de estar vivo al siguiente, y mucho más que estar vivo dentro de cien años. El valor presente del dinero puede compararse a su valor futuro si lo elegimos en el presente o en el futuro, y se excluyen el uno al otro. Una elección excluyente no puede aplicarse a la vida presente ya que estar vivo en el futuro depende precisamente de la existencia de la vida presente (la principal razón por la cual debe darse mayor importancia a la vida en el presente). No obstante, pueden producirse ciertas variaciones en el valor de estar vivo en el día de hoy.
            Digamos que, para mí, vivir en el 2005 tiene un 98% de importancia con respecto a estar vivo en el 2004; de este modo puedo calcular el valor de la inmortalidad de la siguiente forma:


            Es decir, valoro la inmortalidad sólo 50 veces más que estar vivo durante otro año. Si esto no parece razonable pregúntese a sí mismo: “Estar vivo durante un año a la edad de 100 años, ¿es realmente tan importante como estarlo a la edad de 1.000 o de un millón?” Debe ser que los hechos del futuro, incluso el de estar vivo, tienen menos importancia o urgencia personal que los hechos del presente.
Para ser aún más contundentes; si supiera con seguridad que a la edad de un millón de años sería eliminado sin ninguna esperanza de vida mayor, ¿sería este hecho más trágico que si sucediera a los diez millones de años? ¿O a los diez mil millones? ¿O a los diez trillones? Incluso después de diez cuatrillones de años, no podríamos saber si hemos alcanzado ya la inmortalidad porque eso nos tomaría una eternidad.
            Imagine que tiene un millón de dólares y que va a emplearlos en asegurar su supervivencia en cualquier año determinado. Si emplea todo ese dinero en sobrevivir sólo el año siguiente, las oportunidades serían muy buenas pero tal vez no lo fueran para el año siguiente. Por el contrario, si empleamos un dólar al año para sobrevivir durante un millón de años nos resultaría difícil incluso pasar un año con tan solo un dólar para comida, alquiler, medicamentos, seguridad, etc. Empleando más dinero en las próximas décadas aumentamos la posibilidad de ganar más dinero para invertirlo en las décadas siguientes. Esta analogía con el dinero deberíamos aplicarla también a la dedicación y a otros esfuerzos que también son necesarios para ampliar la vida.
            Conocí a un “inmortalista” que discutía muy acaloradamente conmigo cuando le  sugería que la inmortalidad física, probablemente no era posible ni merecía que se le prestara atención y que, por tanto, él no debería ocuparse de los trámites burocráticos criónicos (mejor que se preocupara por cuestiones filosóficas). Aunque muchos defensores de la inmortalidad física han hecho todos los trámites, yo sigo pensando que poner tanto empeño en la inmortalidad física está fuera de lugar; es preferible prevenirse de lo apremiante. Incluso si nuestra propia supervivencia inmediata no estuviera en peligro, sí que hay peligro para otros (y al final también para uno mismo) si no se presta atención a los problemas reales y nos perdemos en ensoñaciones futuras, eso sí, mucho más caprichosas y entretenidas. En cuanto a las prioridades, creo que resolver las disposiciones criónicas y avanzar para asegurar que se lleven a cabo es un buen primer paso. Sería bueno trabajar para ampliar la vida al máximo, pero sólo después de que se haya dedicado suficiente atención al tratamiento y prevención del cáncer, de las enfermedades cardiovasculares y de los accidentes fatales. Otra forma de hacer las cosas mal es poner demasiado empeño en lo previo y olvidar lo posterior. Un ejemplo muy triste al respecto es Frank Cole, investigador en medicina antienvejecimiento y practicante de la restricción calórica. También planificó las disposiciones criónicas y fue técnico de traslados de ALCOR, pero murió en el norte de África como consecuencia de una exposición a demasiados riesgos en su deseo de “enfrentarse a la muerte”. Por lo tanto, deberíamos dar la mayor prioridad a todo lo que respecta a la seguridad inmediata.
            Otro problema importante con el inmortalismo es que se opone a la religión. No es una afrenta a la religión hablar de una vida de 100 años o incluso de 1.000; después de todo, se dice que Matusalén vivió 969 años. Decir que una vida de 1.000 años es una afrenta a Dios sería insultar a Dios (si es que existe), porque ¿qué son 1.000 años o un millón comparados con la Eternidad?
            Si los seres humanos estuviéramos a salvo de sufrir enfermedades y senescencia, las únicas causas de muerte serían los accidentes, los asesinatos y el suicidio. Bajo tales circunstancias, se estima que de una población de mil millones de habitantes, un adolescente de 12 años tendría una esperanza de vida de 1.200 años y un máximo de 25.000 (es decir, uno entre un millón, viviría 25.000 años). Así, puedo decir que mi objetivo es vivir mil años. Esto no significa que no me gustaría vivir más, pero me centraré en mi objetivo. De este modo vemos que tanto la criónica como la ciencia antienvejecimiento son meras extensiones de la medicina, más que un desafío a la religión (los pacientes criónicos no han muerto, sólo permanecen inanimados). En términos prácticos, tiene menos probabilidades de morir en manos de un médico reaccionario alguien que dice simplemente quiere prolongar su vida que alguien que pretende ser inmortalista y que, por lo tanto, puede ser visto como un blasfemo.
            Cuantos más crionicistas puedan presentarse a sí mismos como partidarios de la extensión de la vida en lugar de inmortalistas, mejores oportunidades habrá de que se acepte la criónica con naturalidad, o al menos de que sea tolerada por la medicina, la religión y la sociedad. Por tanto, cuanta mayor aceptación tenga, mejores oportunidades de sobrevivir tendremos.
            Algunos cuestionan que la inmortalidad sea posible debido a hechos como la extinción del sol, la muerte del universo y la descomposición de protones. Me parece complicado dar importancia, ni siquiera teórica, a tales asuntos. Los más inmediatos para nuestra supervivencia son mantenernos vivos tanto como sea posible, eliminar el envejecimiento y las enfermedades, y asegurarnos que la criónica funcione. Si podemos resolver estos problemas tendremos cientos o miles de años para pensar en otras amenazas. Si no podemos, los otros problemas son irrelevantes. Si dentro de 200 años estoy vivo y en condiciones saludables, los problemas más complicados de la mortalidad se habrán resuelto, y las oportunidades de encontrar modos de asegurar la supervivencia durante otros 800 años serán triviales en comparación.
            No obtendremos muchos beneficios preocupándonos por lo que vendrá después de esos 1.000 años. No podemos comprender lo que nos depara el futuro ni las condiciones de vida y supervivencia que tendremos entonces, así que intentándolo, lo único que haremos será malgastar esfuerzos. Los objetivos de supervivencia más inmediatos son vivir durante más tiempo, ya sea para beneficiarnos de la inversión del envejecimiento gracias a la tecnología o para llegar a ver la reversibilidad de la animación suspendida del cerebro. Y eso podría ocurrir en cualquier momento en los próximos 10 ó 15 años.
            Para aquellos que sobrevivan a los próximos 50 años, durante los cuales se prevé acabar con el envejecimiento (al menos eso creo), el siguiente reto será sobrevivir a las muertes accidentales y aprender a vivir seguros. Justo después habrá que evitar la muerte por asesinato, ya que los avances de la ciencia siempre incluirán el poder de algunas personas para aniquilar a otras de formas cada vez más sofisticadas. El siguiente problema será la autoaniquilación por transformación. A medida que la gente se mejore con fármacos inteligentes, complementos biológicos, hardware computacional y de comunicaciones, migración a otras plataformas, etc., podría perder con facilidad su “yo” en el proceso.
            Si bien es cierto que, cuanto más vivimos más hábiles nos volvemos para sobrevivir, también es cierto que sólo necesitamos ser víctimas de un asesinato o de un accidente para ser eliminados de forma permanente. Sin embargo, aunque vayamos disminuyendo la probabilidad, es inevitable un hecho de fatales consecuencias después de un tiempo.
            ¿Ganamos algo intentando enfrentarnos hoy a los problemas de supervivencia que nos acecharán dentro de un milenio? ¿No tenemos ya suficientes problemas a los que enfrentarnos sin necesidad de presentarnos como enemigos de la religión? Concentrémonos en prolongar nuestras vidas lo suficiente como para poder dar el siguiente paso o no habrá más pasos que dar. Hagámonos entonces, antes que “inmortalistas”, defensores de la extensión de la vida, intentando sobrevivir los próximos mil años.

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