Editado por el Immortality Institute
Traducido por Crionica.org
En la tierra
de Oden / Hay una montaña / Que se eleva a miles de metros de altura. /
Una vez
cada millón de años / Un pajarillo se acerca volando / Para afilar su pico
en
la montaña. / Y cuando esa montaña / Sólo sea un valle / Eso para la Eternidad
será... / Sólo un día.
Oí
esta canción en inglés cuando estaba en mi segundo año de Universidad. Es una
traducción de una canción popular austríaca que todavía me conmueve. Desde que
era un crío, siempre he ansiado vivir eones, y todo cuanto hace referencia a la
prolongación del tiempo ejerce un poder hipnótico sobre mí. Mucho antes de
haber oído hablar de criónica, tenía una vida muy fantasiosa y me imaginaba
siendo el único sobreviviente de la humanidad después de que la Tierra se
hubiera convertido en un infierno de volcanes y fuego. Pero, a pesar de que no
existen límites con respecto al tiempo que deseo vivir, creo que existen buenas
razones para creer que el inmortalismo es un objetivo irreal, además de autocomplaciente.
Las palabras “para siempre” no implican un período de tiempo muy largo, sino
una eternidad, y eso va más allá de la concepción realista.
Podemos
aplicar modelos matemáticos en un tiempo infinito para hacer ciertas
estimaciones: preferiría que me dieran un dólar hoy a que me lo dieran dentro
de un año. De igual forma, el valor de estar vivo el año que viene es para mí
mucho mayor que el de estar vivo al siguiente, y mucho más que estar vivo
dentro de cien años. El valor presente del dinero puede compararse a su valor
futuro si lo elegimos en el presente o en el futuro, y se excluyen el uno al
otro. Una elección excluyente no puede aplicarse a la vida presente ya que
estar vivo en el futuro depende precisamente de la existencia de la vida presente
(la principal razón por la cual debe darse mayor importancia a la vida en el
presente). No obstante, pueden producirse ciertas variaciones en el valor de
estar vivo en el día de hoy.
Digamos
que, para mí, vivir en el 2005 tiene un 98% de importancia con respecto a estar
vivo en el 2004; de este modo puedo calcular el valor de la inmortalidad de la
siguiente forma:
Es
decir, valoro la inmortalidad sólo 50 veces más que estar vivo durante otro año.
Si esto no parece razonable pregúntese a sí mismo: “Estar vivo durante un año a
la edad de 100 años, ¿es realmente tan importante como estarlo a la edad de
1.000 o de un millón?” Debe ser que los hechos del futuro, incluso el de estar
vivo, tienen menos importancia o urgencia personal que los hechos del presente.
Para ser aún más contundentes; si
supiera con seguridad que a la edad de un millón de años sería eliminado sin
ninguna esperanza de vida mayor, ¿sería este hecho más trágico que si sucediera
a los diez millones de años? ¿O a los diez mil millones? ¿O a los diez
trillones? Incluso después de diez cuatrillones de años, no podríamos saber si
hemos alcanzado ya la inmortalidad porque eso nos tomaría una eternidad.
Imagine
que tiene un millón de dólares y que va a emplearlos en asegurar su
supervivencia en cualquier año determinado. Si emplea todo ese dinero en
sobrevivir sólo el año siguiente, las oportunidades serían muy buenas pero tal
vez no lo fueran para el año siguiente. Por el contrario, si empleamos un dólar
al año para sobrevivir durante un millón de años nos resultaría difícil incluso
pasar un año con tan solo un dólar para comida, alquiler, medicamentos,
seguridad, etc. Empleando más dinero en las próximas décadas aumentamos la
posibilidad de ganar más dinero para invertirlo en las décadas siguientes. Esta
analogía con el dinero deberíamos aplicarla también a la dedicación y a otros
esfuerzos que también son necesarios para ampliar la vida.
Conocí
a un “inmortalista” que discutía muy acaloradamente conmigo cuando le sugería que la inmortalidad física,
probablemente no era posible ni merecía que se le prestara atención y que, por
tanto, él no debería ocuparse de los trámites burocráticos criónicos (mejor que
se preocupara por cuestiones filosóficas). Aunque muchos defensores de la
inmortalidad física han hecho todos los trámites, yo sigo pensando que poner
tanto empeño en la inmortalidad física está fuera de lugar; es preferible
prevenirse de lo apremiante. Incluso si nuestra propia supervivencia inmediata
no estuviera en peligro, sí que hay peligro para otros (y al final también para
uno mismo) si no se presta atención a los problemas reales y nos perdemos en
ensoñaciones futuras, eso sí, mucho más caprichosas y entretenidas. En cuanto a
las prioridades, creo que resolver las disposiciones criónicas y avanzar para
asegurar que se lleven a cabo es un buen primer paso. Sería bueno trabajar para
ampliar la vida al máximo, pero sólo después de que se haya dedicado suficiente
atención al tratamiento y prevención del cáncer, de las enfermedades
cardiovasculares y de los accidentes fatales. Otra forma de hacer las cosas mal
es poner demasiado empeño en lo previo y olvidar lo posterior. Un ejemplo muy
triste al respecto es Frank Cole, investigador en medicina antienvejecimiento y
practicante de la restricción calórica. También planificó las disposiciones
criónicas y fue técnico de traslados de ALCOR, pero murió en el norte de África
como consecuencia de una exposición a demasiados riesgos en su deseo de
“enfrentarse a la muerte”. Por lo tanto, deberíamos dar la mayor prioridad a
todo lo que respecta a la seguridad inmediata.
Otro
problema importante con el inmortalismo es que se opone a la religión. No es
una afrenta a la religión hablar de una vida de 100 años o incluso de 1.000;
después de todo, se dice que Matusalén vivió 969 años. Decir que una vida de
1.000 años es una afrenta a Dios sería insultar a Dios (si es que existe),
porque ¿qué son 1.000 años o un millón comparados con la Eternidad?
Si
los seres humanos estuviéramos a salvo de sufrir enfermedades y senescencia,
las únicas causas de muerte serían los accidentes, los asesinatos y el
suicidio. Bajo tales circunstancias, se estima que de una población de mil
millones de habitantes, un adolescente de 12 años tendría una esperanza de vida
de 1.200 años y un máximo de 25.000 (es decir, uno entre un millón, viviría
25.000 años). Así, puedo decir que mi objetivo es vivir mil años. Esto no
significa que no me gustaría vivir más, pero me centraré en mi objetivo. De
este modo vemos que tanto la criónica como la ciencia antienvejecimiento son
meras extensiones de la medicina, más que un desafío a la religión (los
pacientes criónicos no han muerto, sólo permanecen inanimados). En términos
prácticos, tiene menos probabilidades de morir en manos de un médico
reaccionario alguien que dice simplemente quiere prolongar su vida que alguien
que pretende ser inmortalista y que, por lo tanto, puede ser visto como un
blasfemo.
Cuantos
más crionicistas puedan presentarse a sí mismos como partidarios de la
extensión de la vida en lugar de inmortalistas, mejores oportunidades habrá de
que se acepte la criónica con naturalidad, o al menos de que sea tolerada por
la medicina, la religión y la sociedad. Por tanto, cuanta mayor aceptación
tenga, mejores oportunidades de sobrevivir tendremos.
Algunos
cuestionan que la inmortalidad sea posible debido a hechos como la extinción
del sol, la muerte del universo y la descomposición de protones. Me parece
complicado dar importancia, ni siquiera teórica, a tales asuntos. Los más
inmediatos para nuestra supervivencia son mantenernos vivos tanto como sea
posible, eliminar el envejecimiento y las enfermedades, y asegurarnos que la
criónica funcione. Si podemos resolver estos problemas tendremos cientos o
miles de años para pensar en otras amenazas. Si no podemos, los otros problemas
son irrelevantes. Si dentro de 200 años estoy vivo y en condiciones saludables,
los problemas más complicados de la mortalidad se habrán resuelto, y las oportunidades
de encontrar modos de asegurar la supervivencia durante otros 800 años serán
triviales en comparación.
No
obtendremos muchos beneficios preocupándonos por lo que vendrá después de esos
1.000 años. No podemos comprender lo que nos depara el futuro ni las
condiciones de vida y supervivencia que tendremos entonces, así que
intentándolo, lo único que haremos será malgastar esfuerzos. Los objetivos de
supervivencia más inmediatos son vivir durante más tiempo, ya sea para
beneficiarnos de la inversión del envejecimiento gracias a la tecnología o para
llegar a ver la reversibilidad de la animación suspendida del cerebro. Y eso
podría ocurrir en cualquier momento en los próximos 10 ó 15 años.
Para
aquellos que sobrevivan a los próximos 50 años, durante los cuales se prevé
acabar con el envejecimiento (al menos eso creo), el siguiente reto será
sobrevivir a las muertes accidentales y aprender a vivir seguros. Justo después
habrá que evitar la muerte por asesinato, ya que los avances de la ciencia
siempre incluirán el poder de algunas personas para aniquilar a otras de formas
cada vez más sofisticadas. El siguiente problema será la autoaniquilación por
transformación. A medida que la gente se mejore con fármacos inteligentes,
complementos biológicos, hardware computacional y de comunicaciones, migración
a otras plataformas, etc., podría perder con facilidad su “yo” en el proceso.
Si
bien es cierto que, cuanto más vivimos más hábiles nos volvemos para
sobrevivir, también es cierto que sólo necesitamos ser víctimas de un asesinato
o de un accidente para ser eliminados de forma permanente. Sin embargo, aunque
vayamos disminuyendo la probabilidad, es inevitable un hecho de fatales
consecuencias después de un tiempo.
¿Ganamos
algo intentando enfrentarnos hoy a los problemas de supervivencia que nos
acecharán dentro de un milenio? ¿No tenemos ya suficientes problemas a los que
enfrentarnos sin necesidad de presentarnos como enemigos de la religión?
Concentrémonos en prolongar nuestras vidas lo suficiente como para poder dar el
siguiente paso o no habrá más pasos que dar. Hagámonos entonces, antes que
“inmortalistas”, defensores de la extensión de la vida, intentando sobrevivir
los próximos mil años.
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