domingo, 9 de septiembre de 2012

¿Heredarán la Tierra los robots?

Por el Dr. Marvin L. Minsky
Editado por el Immortality Institute
Traducido por Crionica.org


            "Acostarse y levantarse temprano, hace a un hombre sano, rico y sabio". Benjamin Franklin


            Aunque todos queremos sabiduría y riqueza, nuestra salud a menudo se agota antes de conseguirlo. Para aumentar la duración de la vida y mejorar la mente, necesitaremos cambiar en el futuro, tanto el cuerpo como el cerebro. Para esto, debemos tener en cuenta, primero cómo la evolución Darwiniana nos ha llevado hasta donde estamos. Luego, hemos de imaginar diferentes formas para reemplazar las partes gastadas de nuestro cuerpo y resolver así la mayor parte de los problemas de salud. Por tanto, debemos inventar estrategias que amplíen el cerebro y nos hagan alcanzar mayor sabiduría. Eventualmente, reemplazaremos el cerebro completamente usando la nanotecnología. Una vez liberados de las limitaciones de la biología seremos capaces de decidir la duración de nuestra vida (con la opción de la inmortalidad) y escoger entre otras capacidades inimaginables. En un futuro así, la salud no será un problema; el problema será controlarla; obviamente, estos cambios no son fáciles de prever. Algunos aún dicen que estos avances no son posibles, especialmente en el campo de la inteligencia artificial, pero la ciencia necesaria para lograr esa transición ya se está desarrollando y va siendo hora de pensar en cómo será ese nuevo mundo.



SALUD Y LONGEVIDAD

            Un futuro así no se logrará sólo mediante la biología. En los últimos tiempos hemos aprendido mucho sobre la salud y sobre la manera de conservarla. Hemos concebido miles de tratamientos específicos para enfermedades y discapacidades. Los científicos se plantean seriamente la posibilidad de ampliar al máximo la expectativa de vida humana pero aún no lo han conseguido. Según Roy Walford, profesor de patología en la UCLA Medical School, el promedio de vida en la antigua Roma era de 22 años; de 50, en los países desarrollados en 1900, y hoy se encuentra alrededor de los 75 años. Aún así, ese índice parece acabar cerca de los 115 años [1]. Siglos de mejoras en cuanto a salud y cuidados no han afectado mucho a este tope.
            ¿Por qué nuestra expectativa de vida es tan limitada? La respuesta es sencilla: la selección natural favorece los genes de aquellos con mayor número de descendientes. Este número tiende a crecer exponencialmente con el número de generaciones, lo que favorece los genes de aquellos que se reproducen a edades tempranas. La evolución no favorece, generalmente, a los genes que alargan la vida más allá de los adultos necesarios para atender y cuidar a las crías. De hecho, puede incluso favorecer a los hijos que no tienen que competir con sus padres vivos. Esta competición podría promover la acumulación de genes que provocan la muerte. Parece que los humanos son los animales de sangre caliente con la vida más larga, pero ¿qué presión selectiva nos habría llevado hasta alcanzar la longevidad actual, casi el doble que la de nuestros parientes primates? ¡El conocimiento! Entre todos los mamíferos, nuestros hijos son los menos preparados para sobrevivir por sí mismos. Quizás no sólo necesitamos a nuestros padres sino también a nuestros abuelos, para que nos cuiden y nos traspasen sus preciosos consejos de supervivencia.
            Pero incluso con estos consejos, existen muchas causas de mortalidad que nos hacen sucumbir. Algunas muertes son resultado de procesos infecciosos; nuestro sistema inmune ha desarrollado formas versátiles de enfrentarse a la mayoría de las enfermedades. Por desgracia, esos mismos sistemas inmunes a menudo nos perjudican tratando algunas partes de nuestro organismo como si fueran también invasores infecciosos. Todo esto nos lleva a padecer diabetes, esclerosis múltiple, artritis reumatoide y otras muchas enfermedades.
            Estamos también sujetos a otro tipo de daños que nuestro organismo no puede reparar, como por ejemplo accidentes, desequilibrios alimenticios, envenenamiento químico, calor, radiación y otros muchos factores que pueden deformar o alterar químicamente las moléculas de las células de tal modo que se vuelvan incapaces de funcionar. Algunos de estos problemas se corrigen sustituyendo las moléculas defectuosas; sin embargo, cuando la tasa de reemplazo es muy lenta, los problemas se acumulan. Por ejemplo, cuando las proteínas de las lentes oculares pierden su elasticidad, perdemos la capacidad de enfocar y entonces necesitamos gafas bifocales.


DESGASTE BIOLÓGICO

            Parece más que probable que la senectud sea inevitable en todos los organismos biológicos. A medida que aprendamos más sobre los genes y la bioquímica celular, seremos capaces de corregir, o al menos ralentizar, algunas situaciones que nos amenazan en nuestros últimos años. Sea como fuere, incluso si encontráramos un tratamiento para cada enfermedad específica, tendríamos que enfrentarnos aún al problema general del desgaste. La función normal de cada célula conlleva miles de procesos químicos, cada uno de los cuales presenta a veces errores aleatorios. Nuestro organismo se vale de diversas técnicas de corrección que se derivan de un tipo de error específico. De todas formas, esos errores aleatorios ocurren de formas tan diferentes que cualquier plan a baja escala para corregirlos sería muy complicado.
            El problema es que nuestra genética no está diseñada para mantenerse estable a largo plazo, y la relación entre genes y células es extremadamente indirecta. Para reparar defectos a gran escala, un organismo necesitaría una especie de catálogo que especificara dónde se emplazan los distintos tipos de células, o bien tratamientos continuos y de gran envergadura aplicando la medicina regenerativa del futuro. Es fácil instalar en un programa informático esta redundancia; muchos ordenadores tienen copias de sus sistemas más críticos y chequean su integridad de forma rutinaria, pero ningún animal ha desarrollado esos planes, posiblemente porque esos algoritmos no pueden desarrollarse por selección natural. El problema es que esa corrección del error detendría la mutación, lo que en última instancia ralentizaría la tasa de evolución en la descendencia animal, hasta tal punto que sería incapaz de adaptarse a los cambios de su entorno.
            ¿Podríamos vivir siglos cambiando solamente algunos genes? Después de todo, nos diferenciamos de nuestros parientes evolutivos (gorilas y chimpancés) en tan solo unos pocos miles de genes (y vivimos casi el doble). Si aceptamos que sólo una pequeña parte de esos nuevos genes son los causantes de tal aumento en la expectativa de vida, entonces quizás eso signifique que no hay más que un centenar de ellos implicados en el proceso. Pero aunque este hecho fuera cierto, cambiar otros cientos de genes tampoco sería una garantía para poder obtener otro siglo de vida ya que podemos necesitar cambiar sólo unos cuantos o bastantes más.
            Fabricar genes nuevos e instalarlos en el organismo es cada vez más factible, pero ahora estamos explotando otra forma de combatir el desgaste y desgarro biológico: sustituir los órganos que amenazan con fallar por otros órganos biológicos o artificiales. Algunas sustituciones ya se han vuelto rutinarias, mientras que otras aún se ven muy lejanas. Un corazón no es más que una simple bomba; los músculos y huesos son motores y vigas; el sistema digestivo es un reactor químico. En último caso, solucionaremos los problemas asociados a los trasplantes o sustituciones de cada una de estas partes.
            Cuando nos planteamos reemplazar un cerebro no nos sirve un trasplante. No podemos cambiar un cerebro por otro y que siga siendo la misma persona, pues perdería conocimientos y procesos que constituyen la identidad personal. No obstante, deberíamos ser capaces de sustituir ciertas partes dañadas de un cerebro trasplantando tejidos cultivados con células madre. Este procedimiento no restauraría el conocimiento perdido, pero esto no es tan importante como puede parecer. Probablemente almacenamos el conocimiento en diferentes lugares y de formas diferentes por lo que las partes nuevas del cerebro podrían ser recicladas y reintegradas junto con el resto, y algunas podrían aparecer de forma espontánea. El progreso en medicina regenerativa en los últimos años ya se está acercando a esta forma de tratamiento para estados neurodegenerativos como los del Parkinson.


LIMITACIONES DE LA SABIDURÍA HUMANA

            Incluso antes de que nuestro organismo se desgaste, sospecho que toparemos con las limitaciones del cerebro. Como especie, parece que hemos llegado a una meseta de nuestro desarrollo intelectual, no hay evidencias de que nos estemos volviendo más inteligentes. ¿Fue mejor científico Albert Einstein que Newton, o Arquímedes? ¿Algún dramaturgo moderno ha superado a Shakespeare, o a Eurípides? Hemos aprendido mucho en dos mil años, y a pesar de eso, buena parte del conocimiento antiguo parece sólido (lo que me hace pensar que no hemos hecho grandes progresos). Aún no sabemos cómo tratar los conflictos que se producen entre los intereses individuales y los globales; nos cuesta tanto tomar una decisión importante que, siempre que podemos, dejamos al azar aquello de lo que no estamos seguros.
            ¿Por qué nuestra sabiduría es tan limitada? ¿Porque no tenemos tiempo para aprender mucho, o porque perdemos capacidad? ¿Es porque, como dice la leyenda popular, sólo utilizamos una parte del cerebro? ¿Podría ayudar una educación mejor? Desde luego que podría, pero sólo hasta cierto punto. Hasta los más prodigiosos aprenden sólo dos veces más rápido que el resto; nuestro cerebro es terriblemente lento y por eso nos lleva tanto tiempo aprender. Desde luego, ayudaría el hecho de disponer de más tiempo, pero la longevidad no es suficiente. El cerebro, como otras cosas finitas, debe alcanzar ciertos límites de lo que puede aprender; no sabemos cuales son esos límites, y tal vez podría seguir manteniendo el conocimiento durante algunos siglos más. En último caso, no obstante, necesitaremos aumentar su capacidad.
            Cuanto más sepamos sobre el cerebro, más formas encontraremos de mejorarlo. El cerebro consta de cientos de áreas especializadas; sólo sabemos algo de lo que hace cada una de ellas, pero tan pronto sepamos cómo trabajan, los investigadores tratarán de idear formas de aumentar la capacidad de dicho órgano. Incluso concebirán nuevas capacidades que la biología no ha proporcionado aún. A medida que estas innovaciones se acumulen, trataremos de conectarlas, tal vez por medio de millones de electrodos microscópicos insertados en el gran haz nervioso llamado cuerpo calloso, el mayor bus de datos del cerebro. Con ulteriores avances, no quedará ninguna parte del cerebro a la que no se puedan adjuntar nuevos accesorios. Al final, encontraremos formas de sustituir cada parte del cuerpo y del cerebro, y así reparar todos los defectos e imperfecciones que hacen que nuestra vida sea tan breve.


SUSTITUYENDO AL CEREBRO

            Casi todo el conocimiento que adquirimos está encarnado en varias redes dentro del cerebro. Estas redes consisten en un enorme número de diminutas células nerviosas, y un número aún mayor de estructuras más pequeñas, llamadas sinapsis, que controlan el modo en que las señales saltan de una célula nerviosa a otra. Para sustituir un cerebro, necesitaríamos saber algunas cosas sobre la forma en que cada sinapsis se relaciona con las dos células que une. Deberíamos también saber cómo cada una de esas estructuras responde a los campos eléctricos, hormonas, neurotransmisores, nutrientes y otras sustancias químicas que se encuentran activas a su alrededor. El cerebro contiene miles de millones de sinapsis, así que no es algo de poca importancia.
            Afortunadamente no necesitaríamos conocer cada detalle. En organismos biológicos, por lo general cada sistema ha evolucionado hasta volverse cada vez más insensible a un número cada vez más alto de detalles de lo que ocurre en los subsistemas menores que dependen de él. Así, para copiar un cerebro funcional, debería ser suficiente con duplicar la función de cada una de las partes para producir sus efectos en otras partes.
            Supongamos que queremos hacer una copia de una máquina, como un cerebro, que contiene un billón de componentes. Hoy día, si tuviéramos que montar cada componente por separado, no podríamos hacerlo, ni siquiera contando con el conocimiento necesario. De todos modos, si tuviéramos un millón de máquinas constructoras que pudieran crear miles de partes por segundo, nuestra tarea sólo nos llevaría unos minutos. En las próximas décadas las máquinas harán que esto sea posible, pero mucha de la fabricación de hoy en día se basa en materiales voluminosos. Por el contrario, el campo denominado “nanotecnología” pretende crear materiales y maquinaria, ubicando cada átomo y molécula en el lugar preciso.
            Por medio de estos métodos, podríamos crear partes realmente idénticas, y por tanto escapar de la aleatoriedad que entorpece el trabajo de las máquinas hechas tradicionalmente. Hoy en día, por ejemplo, cuando queremos grabar circuitos muy pequeños, el tamaño de las conexiones varía tanto que no podemos predecir sus propiedades eléctricas. Sin embargo, si pudiéramos localizar con exactitud cada átomo, esas conexiones serían imposibles de distinguir. Esto nos llevaría a nuevas clases de materiales (no se podrían crear con las técnicas actuales) y podríamos dotarlos de una resistencia increíble o de propiedades cuánticas nuevas. Estos productos, a su vez, nos proporcionarían ordenadores tan pequeños como sinapsis, con una velocidad y una eficiencia sin parangón.


LOS LÍMITES DE LA MEMORIA HUMANA

            Si queremos considerar el aumento del cerebro, antes deberíamos preguntarnos cuánto sabe una persona hoy día. Thomas K. Landauer, de Bell Communications Research supervisó algunos experimentos en los que se pedía a gente que leyera un texto, observase imágenes y escuchara una serie de palabras, frases, pequeños fragmentos musicales y sílabas sin sentido [1]. Más tarde se les preguntó de distintas formas, para comprobar lo que recordaban. En ningún caso fueron capaces de aprender y recordar más de 2 bits por segundo, independientemente del tiempo que se les diera. Si pudiéramos mantener esa tasa durante 12 horas al día, durante 100 años, el total sería de unos tres mil millones de bits, menos de lo que podemos almacenar en un CD de 5 pulgadas. En el plazo de 10 años, más o menos, esta cantidad debería caber en un simple chip informático.
            Aunque estos experimentos no se parecen a lo que hacemos en la vida real, no tenemos ninguna evidencia de que la gente pueda aprender a mayor velocidad. A pesar de las leyendas populares sobre gente con “memoria fotográfica”, nadie parece haber aprendido, palabra por palabra, el contenido de un centenar de libros, o de una simple enciclopedia. Las obras completas de Shakespeare contienen unos 130 millones de bits. El límite de Landauer implica que una persona necesitaría al menos cuatro años para memorizarlas. No tenemos datos fehacientes de la cantidad de información que necesitamos para desarrollar destrezas como pintar o esquiar, pero no encuentro ninguna razón por la cual esas actividades no deberían estar igualmente limitadas.
            Se cree que el cerebro contiene unos cientos de billones de sinapsis, que dejarían mucho espacio para unos pocos miles de millones de bits de memoria reproducible. De todas formas, por medio de la nanotecnología, algún día será posible crear tanto espacio de almacenamiento en un paquete del tamaño de un guisante.


EL FUTURO DE LA INTELIGENCIA

            Una vez que ya sepamos lo que necesitamos, la nanotecnología nos posibilitará crear cuerpos y cerebros de reemplazo, que no estarán obligados a funcionar arrastrando el paso del “tiempo real”. Los chips de nuestro ordenador ya trabajan millones de veces más rápido que las células cerebrales. Por tanto, podríamos diseñarnos para pensar un millón de veces más rápido que ahora. Para tales seres, medio minuto podría parecer tan largo como un año, y cada hora tan larga como toda una vida.
            Pero ¿podrían existir realmente estos seres? Muchos pensadores afirman que las máquinas nunca pensarán como nosotros, sin importar cómo las construyamos, puesto que siempre faltará algún ingrediente vital. Denominan de formas diversas a esta esencia, como por ejemplo estado consciente, conciencia, espíritu o alma. Los filósofos escriben libros enteros para probar que, debido a esa deficiencia, las máquinas no pueden sentir o comprender las cosas que sienten o comprenden las personas. Sin embargo, todas las pruebas de esos libros son erróneas y ya asumen lo que pretenden probar: la existencia de una especie de chispa mágica que posee propiedades imperceptibles.
            Para pensar de forma eficaz necesitamos múltiples procesos que nos ayuden a describir, predecir, explicar, abstraer y organizar lo que hará nuestra mente a continuación. La razón por la que podemos pensar no es porque alberguemos talentos y dones misteriosos, sino porque utilizamos asociaciones que trabajan sincronizadas, que evitan que nos atasquemos. Cuando descubramos cómo funcionan esas asociaciones, podremos introducirlas también en los ordenadores, y así si un procedimiento en un programa se atasca, otro podría proporcionar una solución alternativa. Si viéramos una máquina haciendo algo así, realmente creeríamos que tiene conciencia.


LOS FALLOS DE LA ÉTICA

             Este apartado se basa en el derecho de tener hijos, a modificar nuestros genes o a morir si así lo deseamos. Ningún sistema ético, ya sea humanista o religioso, ha sido capaz de encarar retos que ya se nos enfrentan. ¿Cuántas personas deberían habitar la Tierra? ¿Qué tipo de personas deberían ser? ¿Cómo deberíamos repartirnos el espacio disponible? Sin duda alguna debemos cambiar nuestras ideas en cuanto a tener más hijos. Las personas se conciben actualmente al azar; sin embargo, puede que algún día se “creen” de acuerdo con deseos y diseños concretos. Además, cuando construyamos nuevos cerebros, no tendrán porqué salirse de lo que ya hacen los nuestros, teniendo en cuenta el escaso conocimiento del mundo que tenemos. ¿Qué cosas deberían saber nuestros nuevos hijos? ¿Cuántos deberíamos producir y quién tendrá que decidir sus características?
            Sea lo que sea, lo que nos depare el futuro, ya estamos cambiando las reglas para las que estamos hechos. Aunque muchos tengamos miedo del cambio, seguramente otros estarán deseando escapar de las limitaciones actuales. Cuando decidí escribir este artículo, propuse estas ideas en diferentes grupos y les hice responder a modo de votaciones informales. Me sorprendió ver que al menos tres cuartas partes de los encuestados parecía pensar que nuestra vida ya es demasiado larga. Me preguntaban cosas como: “¿Por qué querría alguien vivir quinientos años? ¿No sería aburrido? ¿Y qué pasa si sobrevives a todos tus amigos? ¿Qué harías con todo ese tiempo?”. Parecía como si, secretamente, tuvieran miedo a vivir tanto, y me pareció aun más preocupante que mucha gente ya esté resignada a morir.
            Mis colegas científicos presentaron inquietudes tales como: “Hay un montón de cosas que me gustaría averiguar, y tantos problemas que querría resolver que me llevarían varios siglos”. Realmente, la inmortalidad puede parecer poco atractiva si es sinónimo de padecimientos interminables, debilidad y dependencia de otros, pero alcanzaríamos un estado de perfecta salud. Algunos expresaron un problema mayor: “Los mayores deben morir porque los jóvenes necesitan eliminar sus ideas pasadas”. De todos modos si, como me temo, fuera cierto que estamos llegando a nuestros límites intelectuales, esta respuesta no es válida, pues interrumpiría nuestra búsqueda de ideas en los océanos de conocimiento que hay más allá de nuestro dominio [2].


Referencias

1) Landauer, TK; “How Mucho Do People Remember? Some Estimates of the Quantity of Learned Information in Longterm Memory” en Cognitive Science (1986) pág. 10, 477-493

2) Este artículo apareció por primera vez en Scientific American en octubre de 1994, con algunas revisiones posteriores

No hay comentarios:

Publicar un comentario