Editado por el Immortality Institute
Traducido por Crionica.org
Aunque
todos queremos sabiduría y riqueza, nuestra salud a menudo se agota antes de
conseguirlo. Para aumentar la duración de la vida y mejorar la mente,
necesitaremos cambiar en el futuro, tanto el cuerpo como el cerebro. Para esto,
debemos tener en cuenta, primero cómo la evolución Darwiniana nos ha llevado
hasta donde estamos. Luego, hemos de imaginar diferentes formas para reemplazar
las partes gastadas de nuestro cuerpo y resolver así la mayor parte de los
problemas de salud. Por tanto, debemos inventar estrategias que amplíen el
cerebro y nos hagan alcanzar mayor sabiduría. Eventualmente, reemplazaremos el
cerebro completamente usando la nanotecnología. Una vez liberados de las
limitaciones de la biología seremos capaces de decidir la duración de nuestra
vida (con la opción de la inmortalidad) y escoger entre otras capacidades
inimaginables. En un futuro así, la salud no será un problema; el problema será
controlarla; obviamente, estos cambios no son fáciles de prever. Algunos aún
dicen que estos avances no son posibles, especialmente en el campo de la
inteligencia artificial, pero la ciencia necesaria para lograr esa transición
ya se está desarrollando y va siendo hora de pensar en cómo será ese nuevo
mundo.
SALUD Y LONGEVIDAD
Un
futuro así no se logrará sólo mediante la biología. En los últimos tiempos
hemos aprendido mucho sobre la salud y sobre la manera de conservarla. Hemos
concebido miles de tratamientos específicos para enfermedades y discapacidades.
Los científicos se plantean seriamente la posibilidad de ampliar al máximo la
expectativa de vida humana pero aún no lo han conseguido. Según Roy Walford,
profesor de patología en la UCLA Medical School, el promedio de vida en la
antigua Roma era de 22 años; de 50, en los países desarrollados en 1900, y hoy
se encuentra alrededor de los 75 años. Aún así, ese índice parece acabar cerca
de los 115 años [1]. Siglos de mejoras en cuanto a salud y cuidados no han
afectado mucho a este tope.
¿Por
qué nuestra expectativa de vida es tan limitada? La respuesta es sencilla: la
selección natural favorece los genes de aquellos con mayor número de
descendientes. Este número tiende a crecer exponencialmente con el número de
generaciones, lo que favorece los genes de aquellos que se reproducen a edades
tempranas. La evolución no favorece, generalmente, a los genes que alargan la
vida más allá de los adultos necesarios para atender y cuidar a las crías. De
hecho, puede incluso favorecer a los hijos que no tienen que competir con sus
padres vivos. Esta competición podría promover la acumulación de genes que
provocan la muerte. Parece que los humanos son los animales de sangre caliente
con la vida más larga, pero ¿qué presión selectiva nos habría llevado hasta
alcanzar la longevidad actual, casi el doble que la de nuestros parientes
primates? ¡El conocimiento! Entre todos los mamíferos, nuestros hijos son los
menos preparados para sobrevivir por sí mismos. Quizás no sólo necesitamos a
nuestros padres sino también a nuestros abuelos, para que nos cuiden y nos
traspasen sus preciosos consejos de supervivencia.
Pero
incluso con estos consejos, existen muchas causas de mortalidad que nos hacen
sucumbir. Algunas muertes son resultado de procesos infecciosos; nuestro
sistema inmune ha desarrollado formas versátiles de enfrentarse a la mayoría de
las enfermedades. Por desgracia, esos mismos sistemas inmunes a menudo nos
perjudican tratando algunas partes de nuestro organismo como si fueran también
invasores infecciosos. Todo esto nos lleva a padecer diabetes, esclerosis
múltiple, artritis reumatoide y otras muchas enfermedades.
Estamos
también sujetos a otro tipo de daños que nuestro organismo no puede reparar,
como por ejemplo accidentes, desequilibrios alimenticios, envenenamiento
químico, calor, radiación y otros muchos factores que pueden deformar o alterar
químicamente las moléculas de las células de tal modo que se vuelvan incapaces
de funcionar. Algunos de estos problemas se corrigen sustituyendo las moléculas
defectuosas; sin embargo, cuando la tasa de reemplazo es muy lenta, los
problemas se acumulan. Por ejemplo, cuando las proteínas de las lentes oculares
pierden su elasticidad, perdemos la capacidad de enfocar y entonces necesitamos
gafas bifocales.
DESGASTE BIOLÓGICO
Parece
más que probable que la senectud sea inevitable en todos los organismos
biológicos. A medida que aprendamos más sobre los genes y la bioquímica celular,
seremos capaces de corregir, o al menos ralentizar, algunas situaciones que nos
amenazan en nuestros últimos años. Sea como fuere, incluso si encontráramos un
tratamiento para cada enfermedad específica, tendríamos que enfrentarnos aún al
problema general del desgaste. La función normal de cada célula conlleva miles
de procesos químicos, cada uno de los cuales presenta a veces errores
aleatorios. Nuestro organismo se vale de diversas técnicas de corrección que se
derivan de un tipo de error específico. De todas formas, esos errores
aleatorios ocurren de formas tan diferentes que cualquier plan a baja escala
para corregirlos sería muy complicado.
El
problema es que nuestra genética no está diseñada para mantenerse estable a
largo plazo, y la relación entre genes y células es extremadamente indirecta.
Para reparar defectos a gran escala, un organismo necesitaría una especie de
catálogo que especificara dónde se emplazan los distintos tipos de células, o
bien tratamientos continuos y de gran envergadura aplicando la medicina
regenerativa del futuro. Es fácil instalar en un programa informático esta
redundancia; muchos ordenadores tienen copias de sus sistemas más críticos y
chequean su integridad de forma rutinaria, pero ningún animal ha desarrollado esos
planes, posiblemente porque esos algoritmos no pueden desarrollarse por
selección natural. El problema es que esa corrección del error detendría la
mutación, lo que en última instancia ralentizaría la tasa de evolución en la
descendencia animal, hasta tal punto que sería incapaz de adaptarse a los
cambios de su entorno.
¿Podríamos
vivir siglos cambiando solamente algunos genes? Después de todo, nos
diferenciamos de nuestros parientes evolutivos (gorilas y chimpancés) en tan
solo unos pocos miles de genes (y vivimos casi el doble). Si aceptamos que sólo
una pequeña parte de esos nuevos genes son los causantes de tal aumento en la
expectativa de vida, entonces quizás eso signifique que no hay más que un
centenar de ellos implicados en el proceso. Pero aunque este hecho fuera
cierto, cambiar otros cientos de genes tampoco sería una garantía para poder
obtener otro siglo de vida ya que podemos necesitar cambiar sólo unos cuantos o
bastantes más.
Fabricar
genes nuevos e instalarlos en el organismo es cada vez más factible, pero ahora
estamos explotando otra forma de combatir el desgaste y desgarro biológico:
sustituir los órganos que amenazan con fallar por otros órganos biológicos o
artificiales. Algunas sustituciones ya se han vuelto rutinarias, mientras que
otras aún se ven muy lejanas. Un corazón no es más que una simple bomba; los
músculos y huesos son motores y vigas; el sistema digestivo es un reactor
químico. En último caso, solucionaremos los problemas asociados a los
trasplantes o sustituciones de cada una de estas partes.
Cuando
nos planteamos reemplazar un cerebro no nos sirve un trasplante. No podemos
cambiar un cerebro por otro y que siga siendo la misma persona, pues perdería
conocimientos y procesos que constituyen la identidad personal. No obstante,
deberíamos ser capaces de sustituir ciertas partes dañadas de un cerebro
trasplantando tejidos cultivados con células madre. Este procedimiento no
restauraría el conocimiento perdido, pero esto no es tan importante como puede
parecer. Probablemente almacenamos el conocimiento en diferentes lugares y de
formas diferentes por lo que las partes nuevas del cerebro podrían ser
recicladas y reintegradas junto con el resto, y algunas podrían aparecer de
forma espontánea. El progreso en medicina regenerativa en los últimos años ya
se está acercando a esta forma de tratamiento para estados neurodegenerativos
como los del Parkinson.
LIMITACIONES DE LA SABIDURÍA
HUMANA
Incluso
antes de que nuestro organismo se desgaste, sospecho que toparemos con las
limitaciones del cerebro. Como especie, parece que hemos llegado a una meseta
de nuestro desarrollo intelectual, no hay evidencias de que nos estemos
volviendo más inteligentes. ¿Fue mejor científico Albert Einstein que Newton, o
Arquímedes? ¿Algún dramaturgo moderno ha superado a Shakespeare, o a Eurípides?
Hemos aprendido mucho en dos mil años, y a pesar de eso, buena parte del
conocimiento antiguo parece sólido (lo que me hace pensar que no hemos hecho
grandes progresos). Aún no sabemos cómo tratar los conflictos que se producen
entre los intereses individuales y los globales; nos cuesta tanto tomar una
decisión importante que, siempre que podemos, dejamos al azar aquello de lo que
no estamos seguros.
¿Por
qué nuestra sabiduría es tan limitada? ¿Porque no tenemos tiempo para aprender
mucho, o porque perdemos capacidad? ¿Es porque, como dice la leyenda popular,
sólo utilizamos una parte del cerebro? ¿Podría ayudar una educación mejor?
Desde luego que podría, pero sólo hasta cierto punto. Hasta los más prodigiosos
aprenden sólo dos veces más rápido que el resto; nuestro cerebro es
terriblemente lento y por eso nos lleva tanto tiempo aprender. Desde luego,
ayudaría el hecho de disponer de más tiempo, pero la longevidad no es
suficiente. El cerebro, como otras cosas finitas, debe alcanzar ciertos límites
de lo que puede aprender; no sabemos cuales son esos límites, y tal vez podría
seguir manteniendo el conocimiento durante algunos siglos más. En último caso,
no obstante, necesitaremos aumentar su capacidad.
Cuanto
más sepamos sobre el cerebro, más formas encontraremos de mejorarlo. El cerebro
consta de cientos de áreas especializadas; sólo sabemos algo de lo que hace
cada una de ellas, pero tan pronto sepamos cómo trabajan, los investigadores
tratarán de idear formas de aumentar la capacidad de dicho órgano. Incluso
concebirán nuevas capacidades que la biología no ha proporcionado aún. A medida
que estas innovaciones se acumulen, trataremos de conectarlas, tal vez por
medio de millones de electrodos microscópicos insertados en el gran haz
nervioso llamado cuerpo calloso, el mayor bus de datos del cerebro. Con
ulteriores avances, no quedará ninguna parte del cerebro a la que no se puedan
adjuntar nuevos accesorios. Al final, encontraremos formas de sustituir cada parte
del cuerpo y del cerebro, y así reparar todos los defectos e imperfecciones que
hacen que nuestra vida sea tan breve.
SUSTITUYENDO AL CEREBRO
Casi
todo el conocimiento que adquirimos está encarnado en varias redes dentro del
cerebro. Estas redes consisten en un enorme número de diminutas células
nerviosas, y un número aún mayor de estructuras más pequeñas, llamadas
sinapsis, que controlan el modo en que las señales saltan de una célula
nerviosa a otra. Para sustituir un cerebro, necesitaríamos saber algunas cosas
sobre la forma en que cada sinapsis se relaciona con las dos células que une.
Deberíamos también saber cómo cada una de esas estructuras responde a los
campos eléctricos, hormonas, neurotransmisores, nutrientes y otras sustancias
químicas que se encuentran activas a su alrededor. El cerebro contiene miles de
millones de sinapsis, así que no es algo de poca importancia.
Afortunadamente
no necesitaríamos conocer cada detalle. En organismos biológicos, por lo
general cada sistema ha evolucionado hasta volverse cada vez más insensible a
un número cada vez más alto de detalles de lo que ocurre en los subsistemas
menores que dependen de él. Así, para copiar un cerebro funcional, debería ser
suficiente con duplicar la función de cada una de las partes para producir sus
efectos en otras partes.
Supongamos
que queremos hacer una copia de una máquina, como un cerebro, que contiene un
billón de componentes. Hoy día, si tuviéramos que montar cada componente por
separado, no podríamos hacerlo, ni siquiera contando con el conocimiento
necesario. De todos modos, si tuviéramos un millón de máquinas constructoras
que pudieran crear miles de partes por segundo, nuestra tarea sólo nos llevaría
unos minutos. En las próximas décadas las máquinas harán que esto sea posible,
pero mucha de la fabricación de hoy en día se basa en materiales voluminosos.
Por el contrario, el campo denominado “nanotecnología” pretende crear
materiales y maquinaria, ubicando cada átomo y molécula en el lugar preciso.
Por
medio de estos métodos, podríamos crear partes realmente idénticas, y por tanto
escapar de la aleatoriedad que entorpece el trabajo de las máquinas hechas
tradicionalmente. Hoy en día, por ejemplo, cuando queremos grabar circuitos muy
pequeños, el tamaño de las conexiones varía tanto que no podemos predecir sus
propiedades eléctricas. Sin embargo, si pudiéramos localizar con exactitud cada
átomo, esas conexiones serían imposibles de distinguir. Esto nos llevaría a
nuevas clases de materiales (no se podrían crear con las técnicas actuales) y
podríamos dotarlos de una resistencia increíble o de propiedades cuánticas
nuevas. Estos productos, a su vez, nos proporcionarían ordenadores tan pequeños
como sinapsis, con una velocidad y una eficiencia sin parangón.
LOS LÍMITES DE LA MEMORIA HUMANA
Si
queremos considerar el aumento del cerebro, antes deberíamos preguntarnos
cuánto sabe una persona hoy día. Thomas K. Landauer, de Bell Communications
Research supervisó algunos experimentos en los que se pedía a gente que leyera
un texto, observase imágenes y escuchara una serie de palabras, frases,
pequeños fragmentos musicales y sílabas sin sentido [1]. Más tarde se les
preguntó de distintas formas, para comprobar lo que recordaban. En ningún caso
fueron capaces de aprender y recordar más de 2 bits por segundo,
independientemente del tiempo que se les diera. Si pudiéramos mantener esa tasa
durante 12 horas al día, durante 100 años, el total sería de unos tres mil
millones de bits, menos de lo que podemos almacenar en un CD de 5 pulgadas. En
el plazo de 10 años, más o menos, esta cantidad debería caber en un simple chip
informático.
Aunque
estos experimentos no se parecen a lo que hacemos en la vida real, no tenemos
ninguna evidencia de que la gente pueda aprender a mayor velocidad. A pesar de
las leyendas populares sobre gente con “memoria fotográfica”, nadie parece
haber aprendido, palabra por palabra, el contenido de un centenar de libros, o
de una simple enciclopedia. Las obras completas de Shakespeare contienen unos
130 millones de bits. El límite de Landauer implica que una persona necesitaría
al menos cuatro años para memorizarlas. No tenemos datos fehacientes de la
cantidad de información que necesitamos para desarrollar destrezas como pintar
o esquiar, pero no encuentro ninguna razón por la cual esas actividades no
deberían estar igualmente limitadas.
Se
cree que el cerebro contiene unos cientos de billones de sinapsis, que dejarían
mucho espacio para unos pocos miles de millones de bits de memoria
reproducible. De todas formas, por medio de la nanotecnología, algún día será
posible crear tanto espacio de almacenamiento en un paquete del tamaño de un
guisante.
EL FUTURO DE LA INTELIGENCIA
Una
vez que ya sepamos lo que necesitamos, la nanotecnología nos posibilitará crear
cuerpos y cerebros de reemplazo, que no estarán obligados a funcionar
arrastrando el paso del “tiempo real”. Los chips de nuestro ordenador ya
trabajan millones de veces más rápido que las células cerebrales. Por tanto,
podríamos diseñarnos para pensar un millón de veces más rápido que ahora. Para
tales seres, medio minuto podría parecer tan largo como un año, y cada hora tan
larga como toda una vida.
Pero
¿podrían existir realmente estos seres? Muchos pensadores afirman que las
máquinas nunca pensarán como nosotros, sin importar cómo las construyamos,
puesto que siempre faltará algún ingrediente vital. Denominan de formas
diversas a esta esencia, como por ejemplo estado consciente, conciencia,
espíritu o alma. Los filósofos escriben libros enteros para probar que, debido
a esa deficiencia, las máquinas no pueden sentir o comprender las cosas que
sienten o comprenden las personas. Sin embargo, todas las pruebas de esos
libros son erróneas y ya asumen lo que pretenden probar: la existencia de una
especie de chispa mágica que posee propiedades imperceptibles.
Para
pensar de forma eficaz necesitamos múltiples procesos que nos ayuden a
describir, predecir, explicar, abstraer y organizar lo que hará nuestra mente a
continuación. La razón por la que podemos pensar no es porque alberguemos
talentos y dones misteriosos, sino porque utilizamos asociaciones que trabajan
sincronizadas, que evitan que nos atasquemos. Cuando descubramos cómo funcionan
esas asociaciones, podremos introducirlas también en los ordenadores, y así si
un procedimiento en un programa se atasca, otro podría proporcionar una
solución alternativa. Si viéramos una máquina haciendo algo así, realmente
creeríamos que tiene conciencia.
LOS FALLOS DE LA ÉTICA
Este apartado se basa en el derecho de tener hijos,
a modificar nuestros genes o a morir si así lo deseamos. Ningún sistema ético,
ya sea humanista o religioso, ha sido capaz de encarar retos que ya se nos
enfrentan. ¿Cuántas personas deberían habitar la Tierra? ¿Qué tipo de personas
deberían ser? ¿Cómo deberíamos repartirnos el espacio disponible? Sin duda
alguna debemos cambiar nuestras ideas en cuanto a tener más hijos. Las personas
se conciben actualmente al azar; sin embargo, puede que algún día se “creen” de
acuerdo con deseos y diseños concretos. Además, cuando construyamos nuevos
cerebros, no tendrán porqué salirse de lo que ya hacen los nuestros, teniendo
en cuenta el escaso conocimiento del mundo que tenemos. ¿Qué cosas deberían
saber nuestros nuevos hijos? ¿Cuántos deberíamos producir y quién tendrá que
decidir sus características?
Sea
lo que sea, lo que nos depare el futuro, ya estamos cambiando las reglas para
las que estamos hechos. Aunque muchos tengamos miedo del cambio, seguramente
otros estarán deseando escapar de las limitaciones actuales. Cuando decidí
escribir este artículo, propuse estas ideas en diferentes grupos y les hice
responder a modo de votaciones informales. Me sorprendió ver que al menos tres
cuartas partes de los encuestados parecía pensar que nuestra vida ya es demasiado
larga. Me preguntaban cosas como: “¿Por qué querría alguien vivir quinientos
años? ¿No sería aburrido? ¿Y qué pasa si sobrevives a todos tus amigos? ¿Qué
harías con todo ese tiempo?”. Parecía como si, secretamente, tuvieran miedo a
vivir tanto, y me pareció aun más preocupante que mucha gente ya esté resignada
a morir.
Mis
colegas científicos presentaron inquietudes tales como: “Hay un montón de cosas
que me gustaría averiguar, y tantos problemas que querría resolver que me
llevarían varios siglos”. Realmente, la inmortalidad puede parecer poco
atractiva si es sinónimo de padecimientos interminables, debilidad y
dependencia de otros, pero alcanzaríamos un estado de perfecta salud. Algunos
expresaron un problema mayor: “Los mayores deben morir porque los jóvenes
necesitan eliminar sus ideas pasadas”. De todos modos si, como me temo, fuera
cierto que estamos llegando a nuestros límites intelectuales, esta respuesta no
es válida, pues interrumpiría nuestra búsqueda de ideas en los océanos de
conocimiento que hay más allá de nuestro dominio [2].
Referencias
1) Landauer, TK; “How Mucho Do People Remember?
Some Estimates of the Quantity of Learned Information in Longterm Memory” en Cognitive
Science (1986) pág. 10, 477-493
2) Este artículo apareció por primera vez en Scientific American en octubre de 1994, con algunas revisiones posteriores
No hay comentarios:
Publicar un comentario