Editado por el Immortality Institute
Traducido por Crionica.org
Esto
es, hoy morirán más de 150.000 personas; algunos serán ancianos, desde luego,
pero, ¿por qué debería eso ser una sentencia de muerte? O lo que es peor,
decenas de miles de adultos jóvenes y niños morirán mañana (y pasado, y al
otro) de enfermedades para las que existen tratamientos pero que simplemente no
están a su alcance. ¿Hemos de aceptar este horror diario? ¿Es realmente
necesario? Creo que ya va siendo hora de empezar a luchar contra ello, sin
embargo, la buena noticia es que ya lo estamos haciendo.
Cada
día se dan pasos importantes para derrotar a la enfermedad y reducir el
sufrimiento. Es más, se trabaja duro para entender el proceso del envejecimiento
y así poder eliminarlo. Tal y como dice Robert Ettinger, “nacer no es un
crimen, así que, ¿por qué cargar con una sentencia de muerte?” [2]. En los
tribunales de apelación de la ciencia y la tecnología, la ejecución sumaria de
todos los seres humanos pronto será revocada, y con suerte antes de que
muramos.
ALTERAR EL ORDEN “NATURAL”
Algunos
dirían que “eso es ser demasiado arrogante, porque la muerte es algo natural y
no debemos jugar a ser Dios” [3]. Ya desde que el primer ser humano se vistió
con una piel de animal, hemos hecho uso de los recursos naturales y de nuestra
creatividad para mejorar las condiciones de seguridad, comodidad y eficacia;
desde el taparrabos hasta los trajes modernos, pasando por la toga; desde las
bifocales de Benjamin Franklin a las lentes de contacto y la cirugía láser
ocular.
El
marketing moderno nos vende productos como “naturales”, pero ¿qué es natural y
qué no lo es? Según la definición más exacta, todo lo que sucede en el mundo,
ya sea artificial o no, es natural, ya que el hombre es parte de la naturaleza
y todo lo que sale de sus manos o de su maquinaria es, por tanto, una parte de
la naturaleza. Sin embargo, este no es el significado de “natural” que la
mayoría esperaba. Más bien se refiere a productos, hechos y acontecimientos que
no han sido creados o provocados por humanos. Así, la leche sería clasificada
como un producto natural y no lo sería una bebida a base de leche y zumo de
frutas (ni que decir tiene que la leche que compramos envasada en los supermercados
ha sido sometida a procesos de pasteurización, homogeneización, y además
enriquecida con vitaminas). Surgen debates menos triviales sobre el término
“natural” cuando hablamos de las mejoras que podrían hacerse en los seres
humanos, en especial cuando nos referimos a derrotar a la muerte. Resulta
interesante ver que muchas otras medidas científicas para mejorar la condición
humana fueron inicialmente rechazadas por muchos, por ser consideradas no
naturales e intolerables, para ser aceptadas universalmente más tarde.
Podríamos citar como ejemplos, la anestesia, las transfusiones de sangre, las
vacunas, las píldoras anticonceptivas o los trasplantes de órganos. Si tenemos
en cuenta cómo sería el mundo sin estas y otros cientos de mejoras, no podríamos
decir que se ajustara realmente a la definición popular de “natural”.
La
caída de los dientes es natural, ¿se debería ilegalizar la odontología? La
polio es natural, ¿prohibimos la vacuna Sabin? El cólera es natural, ¿dejamos
que las epidemias nos ataquen sin combatirlas? La muerte es natural, ¿dejamos
que siga causando estragos? Está claro que esto es una estupidez. Desde luego,
debemos usar todos los recursos disponibles para mejorar la vida humana. Lo
hemos estado haciendo durante años con el fuego, los cultivos, el vapor, la
electricidad, los antibióticos, las vacunas, las prótesis dentales, los
trasplantes de órganos, etc. Y no deberíamos detenernos ahora. Si la ciencia
moderna y la tecnología pueden mejorar la condición humana, sobrepasando los
límites naturales (incluyendo el envejecimiento y la muerte), deberían usarse
para tal fin. Determinar que algo es bueno o malo, simplemente preguntando si
es natural o no, es algo que se sale de los límites del sentido común.
Todo
esto no significa que debamos ignorar los retos morales y éticos que se nos
presentan. Las cuestiones de seguridad, propiedad, elección individual y
responsabilidad social, no deberían descartarse, sino que tendríamos que hablar
seriamente de ellas. En cuanto a la superpoblación, los derechos a la
reproducción, la distribución de los recursos y el impacto ambiental,
deberíamos enfrentarnos a estos problemas inmediatamente. De todos modos, esto
sólo puede llevarse a cabo en un clima de pensamiento abierto y progresista.
EMANCIPARSE DE LA MUERTE
Para
todos aquellos que aún creen que enfrentarse a la muerte es algo erróneo o no
natural, les ruego que recuerden que la oposición a la esclavitud también se
consideró una propuesta descabellada y peligrosa.
Arthur
C. Clarke escribe:
Toda idea
revolucionaria provoca tres estados de reacción: en primer lugar la gente dice
“eso es completamente imposible”. Luego dicen “tal vez sea posible, pero va a
costar mucho”. Por último, afirman que “siempre me pareció una buena idea” [4].
Esta
divertida observación de Clarke es la pura realidad. Siguiendo con la analogía
de la esclavitud, pensemos que a lo largo de toda la historia (y sin duda de la
prehistoria) ha sido algo normal que algunos humanos poseyeran a otros [5]. El
cambio hacia el reconocimiento de la libertad como un derecho humano
fundamental es relativamente reciente. Mientras se estaba redactando el
borrador de la Constitución de Estados Unidos, sus artífices discutían cómo
tratar el llamado “tema de la esclavitud”. Recordemos que en esos momentos casi
todos los países, sobre todo en la Europa Occidental, ya habían abolido esta
práctica. Pese a que un amplio número de líderes norteamericanos estaban
totalmente en contra de la esclavitud, se creía que eliminarla por completo era
“totalmente imposible” [6]. A medida que la historia de Estados Unidos avanzaba
y la oposición a la esclavitud crecía, el debate pasó a ser más práctico. Se
decía “tal vez sea posible hacerlo pero va a costar mucho”. Unas pocas
generaciones después de una guerra civil sangrienta, destructiva y dolorosa,
los descendientes de aquellos que una vez tuvieron esclavos dirían que “siempre
creímos que era una buena idea”. Con el paso del tiempo no nos veremos
esclavizados por la muerte y reconoceremos que es algo valiente, honesto y
humano.
Tanto
la biotecnología como la nanomedicina prometen liberarnos de por vida de
enfermedades, males y discapacidades físicas, siempre jóvenes y vigorosos; sin
ataduras para poder hacer lo que queramos con nuestras vidas, libres de enfermedades
y de la precariedad física.
Además
de la obvia aspiración de una vida sin muerte, podemos imaginar muchos otros
modos de extender nuestra vida. Por ejemplo, transfiriendo nuestra personalidad
a un robot virtualmente indestructible. Esto sería posible trasladando el
cerebro de nuestro débil y vulnerable cuerpo al de un robot o, más
probablemente, creando copias digitales de nuestro cerebro y descargando toda
la información en el robot. Este método tiene la ventaja de que puede conservar
una copia de seguridad de nuestra personalidad en caso de que se diera la
remota posibilidad de que alguna catástrofe destruyera nuestro cuerpo
robotizado. Realmente esto nos haría inmortales ya que nos permitiría guardar
copias de nosotros mismos en cualquier lugar del sistema solar, en la galaxia o
incluso más lejos.
SIMULAR LA INMORTALIDAD
Parece
una broma cruel y abominable que la naturaleza encarcele una creación tan
exquisitamente maravillosa como el cerebro en una estructura tan débil,
ineficiente, frágil y fugaz como es el cuerpo humano. El cuerpo humano puede
ser muy bello pero es inaceptablemente efímero.
El
cuerpo que habitamos ahora, por sorprendente que pueda ser, no es producto del
diseño inteligente. No se creó con ningún otro propósito que la supervivencia y
la reproducción. Estamos condicionados por fuerzas sociales y biológicas que
favorecen la apariencia de la forma humana, y estamos condicionados también a
sentirnos atraídos por su contorno y perfil. Hay una reacción natural, aunque
no sea necesariamente racional, que nos empuja a rechazar cualquier desviación
sustancial del modelo estándar, y es por eso que la mayoría de nosotros nos
sentimos incómodos (al menos interiormente) cuando vemos a una persona con el
rostro desfigurado o a quien le falta alguno de sus miembros. Esto también
explica porqué muchas personas rechazan el mero pensamiento de reemplazar el
cuerpo humano natural por otro creado y diseñado artificialmente.
Así
que, ¿por qué no? El cuerpo que nos dio la naturaleza es el resultado de
millones de años de cambios sin rumbo ni dirección; es el producto de un
proceso tortuoso, molesto, lento y estúpido llamado evolución. No fue diseñado
para obtener de él un beneficio y disfrute óptimos; en realidad, es tal como
es, básicamente, por accidente. La naturaleza, dentro de unos límites, seguiría
experimentando a ciegas con nosotros, y siguiendo las pautas aleatorias de la
mutación genética, nuestros cuerpos evolucionarían lentamente, convirtiéndose
gradualmente en algo distinto.
En
contraposición, los humanos somos criaturas altamente inteligentes y hemos
alcanzado un punto en que podemos tener el futuro del desarrollo del cuerpo al
alcance de la mano. Con nuestras propias mentes y con las maravillosas
herramientas con las que disponemos, podemos dar una (o varias) nueva forma al
cuerpo, y podemos diseñarlo para
ajustarse a nuestros propósitos y preferencias.
En
el pasado, los ingenieros que desarrollaban nuevos prototipos de aviones,
automóviles o transatlánticos, tenían que crear modelos a escala, para luego
poder evaluar la representación de los prototipos en túneles de viento u otros
métodos de comprobación. Los ingenieros actuales encuentran más fácil, barato y
eficaz realizar las mismas pruebas en entornos simulados. Por medio de potentes
ordenadores y programas informáticos muy sofisticados, pueden saber con
precisión cómo funcionarán sus creaciones bajo una gran variedad de
circunstancias.
Con
el objeto de experimentar los nuevos diseños posibles para nuestro cuerpo
“posthumano”, probablemente podremos hacer lo mismo. En lugar de enfrentarnos
al problema de crear un nuevo cuerpo, molécula a molécula, y luego determinar
si es satisfactorio, podríamos crear una simulación en un entorno de realidad
virtual y probarlo. La excitante diferencia será que no estaremos limitados a
observar la simulación como hacen hoy en día los ingenieros, sino que podremos
habitar ese cuerpo virtual y saber de primera mano cómo reacciona, actúa y
siente.
El
siguiente paso es obvio; si la simulación es suficientemente potente, la
experiencia de ocupar el cuerpo simulado será indistinguible de la realidad
física convencional; será virtualmente lo mismo (de ahí el nombre de “realidad
virtual”). Y entonces, ¿por qué no vivir ahí? Suponiendo que se puedan tener todas
las experiencias del mundo “real”, además de otras muchas que serían imposibles
en él, y que aún así, seríamos capaces de ver, tocar e interactuar con aquellos
a quienes estimamos, ¿por qué no quedarnos así?
Muchos
humanos deberían abandonar la idea de vivir sólo en terreno virtual, pero desde
una perspectiva filosófica, no hay ninguna diferencia entre la experiencia de
habitar en una simulación suficientemente avanzada y la vida diaria que
experimentamos. Tengamos en cuenta lo siguiente: nuestros cuerpos actuales
pueden ser vistos como robots orgánicos; están en el mundo físico y llevan un
cerebro/mente/personalidad/identidad en el interior. El robot orgánico de mi
cuerpo puede ver, oír, tocar, oler, y saborear por mí; transmite a mi cerebro
todas esas experiencias por medio de impulsos eléctricos; los procesos
paralelos que se producen entre mis neuronas y sinapsis, son el resultado de un
patrón de pensamiento tan complejo y elegante que genera metacognición o
autoconciencia. Me parece que soy “yo”
quien está ahí fuera, disfrutando directamente de las experiencias sensoriales,
¡pero, no lo soy!
La
parte de mí que es realmente yo, es decir mi conciencia y mi personalidad,
nunca podrán disfrutar de esas experiencias directas. La materia gris no tiene
ni manos, ni ojos, ni oídos, ni boca, ni nariz. Mi cerebro ha de confiar en una
interfaz indirecta para aprehender la “realidad”. Esa interfaz, puede ser el
cuerpo físico que habito, puede ser un robot que explore la superficie de Marte
o puede ser un sustrato informático que me proporcione experiencias ambientales
simuladas.
El
caso es que todo lo que experimentamos es simulado, nada es inmediato. En las
próximas décadas, a medida que empleemos cada vez más tiempo en entornos
virtuales, nuestra definición de realidad irá cambiando. Se prevé que en el
plazo de cien años, o quizás menos, muchos humanos vivirán en el espacio toda
su vida bajo miles de circunstancias diferentes a las actuales. Sin duda
alguna, estos humanos descubrirán nuevas sensaciones y emociones que no podemos
comprender. ¿Y serán menos reales sus vidas que las nuestras de hoy?
Parece
probable que millones de personas, miles de millones, elegirán esa opción.
¿Suena a ciencia-ficción? Tal vez, pero la tendencia actual de la tecnología de
computación sugiere que podría empezar a ser realidad en tan solo 20 ó 30 años
[7].
UN FUTURO INIMAGINABLE
Otra
pregunta fascinante: si vivir en un cuerpo es bueno, ¿por qué no tener dos? Y
si dos son buenos, ¿por qué no tres, cuatro o cinco? ¿Por qué no quinientos o
cinco millones?
La
siguiente cita corresponde a Edward Cornish, presidente de la World Future
Society:
Ni en nuestras
fantasías más imaginativas podemos anticiparnos a todas las extraordinarias
posibilidades que nos esperan a los humanos y a las criaturas que vengan tras
nosotros. Las especulaciones más atrevidas del hoy serán los hechos del mañana,
y nuestro potencial humano no sólo será mayor de lo que pensamos, sino mayor de
lo que podríamos llegar a imaginar [8].
Imaginemos
por un momento que habitamos varios cuerpos; no sólo tener varios cuerpos para
poder elegir, como un traje esperándonos en el armario, sino habitar varios
cuerpos diferentes al mismo tiempo. Uno de esos cuerpos podría ser aquel con el
que nacimos; otros podrían ser copias o clones; otros serían bastante
diferentes, tal vez diseñados para adaptarse a un entorno específico; otros
muchos serían seguramente robots o cuerpos virtuales.
¿Cuál
será nuestra experiencia de identidad personal cuando nuestra conciencia esté
diseminada en varios sustratos? ¿Seguiremos siendo nosotros? ¿Decidiremos
conservar, dentro de lo posible, conciencias simultáneas en todos los cuerpos,
o será preferible dejar que cada uno de ellos funcione de forma autónoma con
una sincronización ocasional, tal vez diaria, de experiencias y
reestructuraciones de la identidad?
También
se puede pensar que en el futuro seremos capaces de simular la personalidad de
gente del pasado, como famosos, personajes históricos o aquellos a quienes
amamos, y relacionarnos directamente con ellos. Es también posible que
pudiéramos integrar una o más de esas identidades en la propia (con su permiso,
claro).
Tal
vez, algún día podamos aceptar también la invitación a ser parte de un
meta-ser, incorporando nuestra propia identidad, o una copia de ella, en la de
otros. Muchos han especulado con la posibilidad de que la evolución de los
posthumanos seguiría estas vías, a largo plazo, para integrarse en superseres
inmortales [9].
Sea
lo que fuere lo que ocurra, está claro que el futuro será mucho más raro, y
desde luego más asombroso, de lo que nunca hemos imaginado.
Referencias
1) United Nations Demographic Yearbook, 2000 //
3) McKibben, Bill; Enough: Staying Human in
an Engineered Age (2003); Times Books ; // Kass, Leon; Beyond Therapy:
Biotechnology and the Pursuit of Happiness (2003); Regan Books
4) Bova, Ben; Immortality: How Science Is
Extending Your Life Span and Changing the World (1998); William Morrow
& Company; pág.183
5) Meltzer; Milton; Slavery: A World History
(1993); Da Capo Press
6) Hummel, JR; Emancipating Slaves,
Enslaving Free Men: A History of the American Civil War (1996); Open Court
Publishing Company
7) Kurzweil, Ray; The Age of Spiritual
Machines: When Computers Exceed Human Intelligence (1999); Viking / Penguin
Books
8) Cornish, Edward; Futuring: The
Exploration of the Future (2004); World Future Society; pág.121
9) Tipler, Frank J; The Physics of Immortality: Modern Cosmology, God and the Resurrection of the Dead (1994); The New York Times Company
9) Tipler, Frank J; The Physics of Immortality: Modern Cosmology, God and the Resurrection of the Dead (1994); The New York Times Company
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