Editado por el Immortality Institute
Traducido por Crionica.org
El deseo de inmortalidad es uno de los sueños más profundos e imperecederos de la humanidad. Pero, ¿es un sueño noble? Las tecnologías avanzadas, como la biotecnología y la infotecnología, parecen ser grandes promesas a la hora de ampliar la expectativa de vida y restablecer la juventud en algún momento de un futuro no tan lejano. Pero, incluso si asumimos que la prolongación radical de la vida fuera posible, algunos encontrarían la idea como preocupante. Hay filósofos que dicen que la búsqueda de la inmortalidad es moralmente errónea porque debemos aceptar el envejecimiento y la muerte como elementos necesarios de la vida. En este ensayo, presento un argumento en contra de esta afirmación. Se dirá que no sólo la búsqueda de la inmortalidad es moralmente acertada, sino que es de hecho ¡el fundamento básico de la moralidad!
TEORÍA MORAL
Cualquier
teoría moral tiene que comenzar en algún punto. Empezaremos con lo que
conocemos como “intuicionismo moral”. El intuicionismo moral es la idea de que
algunos preceptos morales se comprenden gracias a la conciencia consciente
directa más que por argumentos lógicos. Apelando por tanto a la intuición del
lector, el precepto inicial es muy sencillo: “la vida es mejor que la muerte”.
¿Puede
demostrarse lógicamente que la vida es mejor que la muerte? La pregunta admite
debate, pero no es necesario iniciarlo, ya que todos los lectores estarán de
acuerdo en que es una buena premisa inicial. No hay que estar de acuerdo en
que, en todas las circunstancias, la vida es mejor que la muerte; en algunas
ocasiones puede ser preferible morir. Todo lo que se dice es que, en general,
la vida es mejor que la muerte, y la mayoría seguramente estará de acuerdo con
esta afirmación; de hecho, la preferencia por la vida parece ser universal en
la cultura humana. Es casi universal la celebración de nacimientos y el pesar
por las muertes.
Apliquemos
ahora la idea de que la vida es en general mejor que la muerte a la cuestión
ética de la prolongación de la vida. Supongamos que en algún momento en el
futuro, la ciencia encontrará alguna forma de erradicar el envejecimiento y la
enfermedad de manera que, exceptuando los accidentes o la violencia, una
persona pudiera vivir indefinidamente. Supongamos también que la ciencia no
sólo puede prolongarnos la vida, sino también revertir por completo cualquier
incapacidad y síntoma derivados del envejecimiento, de forma que todos podamos
disfrutar del vigor de los 20 años de edad. Dejando a un lado por ahora la
pregunta de si es posible o no, lo que nos preguntamos es si sería ético o no
vivir una eterna juventud. ¿Cuánto querrías vivir si tuvieras la oportunidad de
vivir de forma saludable?
Se
presentan una serie de posibles objeciones a la oferta de la eterna juventud.
Estas objeciones se pueden dividir en dos categorías: filosóficas y prácticas.
Las prácticas incluirían el problema de la población, la escasez de recursos,
la contaminación ambiental, el hecho de que la eterna juventud sólo estuviera
al alcance de los más ricos, y la acumulación de riquezas y poder por un grupo
de inmortales de élite.
No
vamos a detenernos ahora en los miles de problemas prácticos que podría causar
la prolongación radical de la vida; simplemente haremos constar que la historia
sugiere que casi todos los avances científicos o tecnológicos provocaron nuevos
problemas prácticos (citemos a Internet, como ejemplo). En el caso de la
extensión radical de la vida es realmente razonable asumir que si algo así
pudiera llegar a suceder, crearía algunos problemas pero todos ellos tendrían
solución. Hemos de examinar las razones filosóficas que sustentan el deseo de
prolongar la vida. Si descubrimos que existen poderosas razones éticas para
prolongar la vida, significará que estaríamos más seguros de que esta
ampliación ofrecerá un balance positivo, a pesar de los problemas que surjan de
ella.
Mientras
que la mayoría de la gente aceptaría que, en general la vida es mejor que la
muerte, hemos de tener en cuenta si esto sólo será cierto en un período de
tiempo limitado. Tal vez la vida es mejor que la muerte durante un instante,
pero luego esta premisa deje de ser cierta. ¿Hay un límite para la afirmación
de que la vida es mejor que la muerte? Es difícil ver porqué podría ser así. Si
hay un límite de tiempo, ¿dónde está? Si crees que vivir hasta los 100 años
gozando de buena salud es mejor que vivir hasta los 50, entonces ¿por qué vivir
hasta los 200 no sería mejor que vivir hasta los 100? ¿Y por qué quedarnos en
los 200? ¿Por qué no continuar hasta los 500? Y si nos hace felices vivir hasta
los 500, ¿por qué no hasta un millón de años, o incluso para siempre?
Una
objeción filosófica es la preocupación por el hecho de que cuanto más vivamos
menos valoraremos el tiempo. Después de todo, un principio económico básico es
el de que el valor de un recurso tiende a incrementarse a medida que éste
escasea. ¿Valoraríamos menos un momento si viviéramos más? Otra preocupación es
que la gente pueda pensar que su deseo de prolongar la vida es en cierto modo
egoísta. ¿Se convertirían en seres egocéntricos y narcisistas estos inmortales
incipientes?
Ahora
se podría decir que tanto las objeciones filosóficas como las prácticas no
tienen ningún mérito. Se verá que no sólo la lucha por una vida más larga
aumenta el valor de cada momento, sino que también aumenta la motivación del
comportamiento moral.
VALORAR UNA EXPECTATIVA DE VIDA
INFINITA
El
primer paso es consecuencia del hecho de que la continuidad de nuestra vida
requiere esfuerzo tanto en un nivel individual como social. Esta continuidad no
está garantizada y existen necesidades básicas de supervivencia: los humanos
necesitan aire, agua, comida y refugio como mínimos absolutos. Hemos de tomar
medidas para garantizar la supervivencia, porque estar vivo da trabajo; en todo
momento, los seres sensibles tienen que elegir. Algunas de las elecciones que
tomamos perjudicarán las oportunidades de supervivencia; por el contrario,
otras las aumentarán. Dado que la vida es mejor que la muerte, parece que las
elecciones que perjudiquen a las oportunidades de supervivencia serán malas,
mientras que las otras, serán buenas.
Está
claro de todos modos, que centrarnos sólo en la supervivencia a corto plazo no
nos conduce a otro comportamiento ético. Por ejemplo, podemos robarle a alguien
la cartera. Si dentro de ella hubiera un montón de dinero, nuestras
perspectivas de supervivencia a corto plazo mejorarían enormemente, aunque
pocos considerarían esto como un comportamiento moral.
Pero,
¿por qué debería ser nuestro objetivo la supervivencia a corto plazo? Por
ejemplo, robar la cartera de alguien es un comportamiento que favorecería la
supervivencia a corto plazo, pero tal comportamiento, ¿no reduciría las
posibilidades de supervivencia a largo plazo? Imaginemos, que todos viviéramos
de un modo primitivo, intentando aprovecharnos de los demás. En un pasado
distante, la vida social era algo muy parecido a eso. Pequeñas tribus pasaban
el tiempo luchando con otras, y las violaciones y saqueos eran su modus operandi
predilecto. Este estado de precivilización se conoce como “Hobbesiano” a partir
de las ideas del filósofo y político Thomas Hobbes.
Hobbes
decía que aceptar las limitaciones de nuestro comportamiento era la principal
ventaja a largo plazo; la gente siempre podría robar si tuviera la suficiente
determinación para hacerlo. Si un sujeto A roba a otro sujeto B, los amigos
furiosos del sujeto B contraatacarían. Si uno se comporta mal con la gente, es
más que probable que la gente se comporte mal con uno: Tit for Tat (ojo por
ojo). La idea del “contrato social” proviene de Hobbes y Locke [1]. Un contrato
es un acuerdo formal o informal según el cual las partes se comprometen, de
modo recíproco, a reconocerse varias obligaciones. En el caso de un “contrato social”,
la idea es que todos los miembros de una sociedad acuerdan implícitamente
actuar según una serie de reglas ya que, a largo plazo, el hombre que practica
el juego limpio será mejor persona que el que viva en un mundo anárquico
“Hobbesiano”. Estas ideas son la base de la filosofía política, conocida como
“Contractualismo”.
Las
personas racionales comprenden que las acciones tienen consecuencias. Una vida
sustentada en el delito podría ayudar a corto plazo, pero a largo plazo, el
resultado de estas artimañas sería el asesinato o la encarcelación. El hecho de
que reconozcamos esto como interés a largo plazo para respetar a los demás, nos
lleva a comportarnos moralmente. Cuando respetamos los derechos de otras
personas, estas se muestran más cooperativas con nosotros para el beneficio
mutuo. Desde luego, para que esto funcione, la gente ha de aprender a
diferenciar las ganancias a corto plazo de los beneficios a largo plazo. El
punto crítico es ser conscientes de que tenemos un futuro. La gente es más proclive
a comportarse moralmente cuando comprende que tendrá que enfrentarse a las
consecuencias de sus actos en el futuro. Cuanto más lejano sea el futuro que
planeemos, mejor comportamiento moral habrá. La gente que vive un período de
tiempo breve, no tiene que experimentar las consecuencias futuras de sus actos;
unas vidas más largas reducirían la tensión entre el individuo y la sociedad.
Hasta
ahora, tal vez no se ha reconocido adecuadamente el hecho de que el
comportamiento moral es producto de la capacidad de planear el futuro. Los
biólogos evolutivos han tratado de comprender el comportamiento moral
altruista, en términos de las posibles ventajas que podría proporcionar a la
supervivencia. Pero el comportamiento moral no puede explicarse teniendo en cuenta
sólo el corto plazo.
En
un artículo reciente en Nature [2], se propuso un dilema moral. Se pedía a dos
sujetos que repartieran una cantidad de dinero, digamos 100 dólares, de la
siguiente manera: uno de los dos individuos decide la cantidad que va a
percibir cada uno y el otro debe aceptar o ninguno de los dos recibirá el
dinero. Sólo juegan una vez. Si A decide que él se queda con 95 dólares y sólo
ofrece 5 a B, puede parecer lógico que B acepte. Después de todo, B recibiría
algo si aceptase y nada si no aceptase. Pero cuando este juego se lleva a cabo
en la vida real, la gente rehúsa aceptar repartos demasiado desiguales,
privándose de obtener ganancias personales para perjudicar al otro.
El
comportamiento moral sólo es ventajoso cuando se puede jugar muchas veces
(“juego iterado”). Después de varias partidas, lo lógico es que una persona que
recibe un reparto injusto, no lo acepte, y que la persona que hace el reparto,
sea más equitativa. Esto es porque se sabe que la estrategia óptima para interactuar
entre dos partes a largo plazo es simple: Tit for Tat. El éxito de la
estrategia del Tit for Tat fue descubierto en una competencia informática en
red en 1981. La competencia consistía en buscar una solución para el dilema
moral conocido como “el dilema del prisionero”.
De
aquí podemos sacar una enseñanza. En el mundo real, ser amable con los demás
sólo supone una ventaja a largo plazo. De hecho, la moralidad sólo sería
perfectamente lógica si viviéramos eternamente; hemos de quedarnos aquí el
tiempo suficiente como para cosechar las consecuencias de nuestros actos.
Cuando los humanos actúan moralmente, en cierto modo están actuando como si
fueran inmortales. Podemos suponer que la moralidad humana se explica en parte
por la singularidad del sentido del tiempo. Sólo los seres sensibles, capaces
de pensar racionalmente, pueden planear el futuro, y sólo ellos pueden
comprender que el mundo seguirá adelante sin ellos. Los humanos actúan de forma
moral porque, en su imaginación, pueden considerar lo que la gente pensaría de
ellos si vivieran en cualquier punto del futuro, ya sea dentro de 5 minutos o
de 5 siglos.
Tengamos
también en cuenta la cuestión del valor de los momentos en la vida de cada uno.
El tiempo no es un activo ordinario; una persona que disponga de más tiempo
puede planear un futuro más distante. Hay más opciones en el presente, ya que
algunas de las cosas que una persona puede hacer en el presente sólo llegarían
a su fin a largo plazo. Una persona con más opciones tiene, por definición, más
libertad, y un mayor número de objetivos entre los que elegir. Así, cuanto más
viva una persona, mayor valor potencial tendrá cada momento.
Hemos
dado poderosas razones para creer que la vida es, en general, mejor que la
muerte, sin importar cuánto viva un individuo. En primer lugar, el valor
potencial de cada momento aumenta a medida que la persona vive. En segundo
lugar, cuanto más espera vivir una persona, más motivos tiene para comportarse
moralmente. Esto parecería resolver la justificación ética para la extensión de
la vida: la prolongación de la vida es moralmente buena. Dado que estos
argumentos se aplican en cualquier período de tiempo, cuanto más tiempo pueda
vivir potencialmente un individuo, mayores beneficios habrá. Por tanto, luchar
por la inmortalidad es, en realidad, un imperativo ético. Si una persona
realmente inmortal vive un tiempo infinito, parece que la inmortalidad es en
cierto modo un bien infinito. Sería por tanto razonable pensar que la búsqueda
de la inmortalidad es el último imperativo moral. Llamemos a esto la “moralidad
inmortalista”. Basamos toda la ética en la “afirmación de la vida”; se entiende
que es moralmente bueno que seres sensibles se pronuncien en favor de la vida;
y si algo resulta perjudicial para la vida, será moralmente malo. ¿Por qué no
hacer que la moralidad inmortalista sea la base fundamental de nuestro sistema
de valores?
Es
importante apreciar que la moralidad y la legalidad son dos cosas diferentes.
Existe cierto peligro con algún sistema ético si se quiere imponer esta moral,
pero el problema aquí es la tolerancia. No se ha dicho que las leyes obvien la
base de la “moralidad inmortalista”, aunque podría servir de guía a la hora de
formular políticas sociales en algunos temas.
Un
alto número de filósofos ha tratado de idear sistemas éticos a partir de la
vida como fundamento básico de la moral. Ayn Rand basó su teoría del
Objetivismo sobre la idea de que la vida del individuo es su valor más
preciado. El teólogo y humanista alemán Dr. Albert Schweitzer escribió:
La afirmación
de la vida es el acto espiritual por el cual el hombre deja de vivir de forma
irreflexiva y comienza a dedicarse a su propia vida con reverencia, para
alcanzar su valor real. Afirmar la vida es profundizar, interiorizar y exaltar
el deseo de vivir. De igual forma, el hombre que se ha convertido en un ser
racional, siente el imperativo de dar a cada deseo de vivir la misma intensidad
que se imprime a sí mismo, de tomárselo tan a pecho como se toma su propia
vida. Experimenta esa otra vida en su interior, y acepta como bueno preservar
la vida, promoverla, alcanzar su mayor valor de desarrollo y al máximo nivel
posible; y como malo, destruir la vida, perjudicarla, reprimir la vida que
puede desarrollarse. Este es el principio absoluto y fundamental de la moral, y
es una necesidad del pensamiento [3].
La
existencia de determinados factores, a los que concedemos más importancia que a
la supervivencia en sí, supone la objeción principal a la idea de que la ética
se deriva del objetivo de la misma. Una vez que hemos cubierto nuestras
necesidades físicas, aún tenemos deseos que pueden entrar en conflicto con
nuestra supervivencia. Y además de los deseos físicos, tenemos objetivos
emocionales e intelectuales. ¿No es mejor considerar la supervivencia como uno
más de otros muchos valores y la ética como una preferencia entre las múltiples
opciones?
Es
importante entender que muchos de nuestros deseos son consecuencia de la
evolución. La psicología evolutiva estudia la forma en que las acciones humanas
son resultado de impulsos biológicos que se desarrollaron porque proporcionaban
una ventaja evolutiva. Por ejemplo, nuestras emociones y pensamientos colaboran
indirectamente con los propósitos de supervivencia. Las emociones nos permiten
sentir cierta empatía con otras personas, ayudándonos a cooperar con los demás.
Las destrezas sociales proporcionan una ventaja de supervivencia. Y el
pensamiento racional es una herramienta de supervivencia, ya que podemos
aplicar el pensamiento abstracto para comprender y predecir cómo funciona el
mundo. Desde el arte hasta los sistemas filosóficos pueden servir para afirmar
la vida, y hemos llegado a valorarlos por sí mismos; aunque llegaron por
casualidad, permanecen porque proporcionaron una ventaja evolutiva para los
humanos. Por supuesto que eran genes lo que la evolución seleccionaba y no la
prolongación de vidas individuales, pero las necesidades de supervivencia
tendían a ajustarse a las reproductivas. Por tanto, hacer de la supervivencia
el primer objetivo, no tiene por qué chocar con todo aquello que queramos
valorar también. La moral inmortalista se basa en que todo lo que merece un
valor proviene de la búsqueda de la inmortalidad.
ESTANCAMIENTO
La
objeción filosófica más común a la extensión radical de la vida es que, la vida
demasiado larga sería muy aburrida. ¿Quizás nos quedemos sin cosas interesantes
que hacer? ¿Acabaríamos en un mundo estático donde no habría nada nuevo bajo el
sol? Aquí afirmamos lo contrario. Si todo lo que merece un valor proviene de la
búsqueda de la inmortalidad, entonces una vida muy larga sería de hecho mucho
más interesante y plena. ¿Cómo?
Lo
primero que hemos de decir es que una vez que la tecnología esté lo
suficientemente desarrollada como para extender radicalmente la esperanza de
vida, es probable que esta tecnología también esté lo suficientemente avanzada
como para modificar las mentes y los cuerpos de aquellos que lo deseen. Por
ejemplo, uno puede imaginarse “fármacos actualizadores del cerebro” para evitar
que los cerebros se vuelvan demasiado rígidos. La gente que viva en el futuro
debería ser capaz de modificar el cuerpo y sus personalidades con la misma
facilidad con que hoy se cambia de ropa. El hecho de que algunas personas que
viven en la actualidad se cansen de su vida es más probablemente un problema
práctico y biológico que filosófico.
IDENTIDAD
Aquí
aparece otro asunto filosófico. A algunas personas podría preocuparles la duda
de saber si el hecho de vivir mucho tiempo implicaría dejar de ser uno mismo y
convertirse en otra persona. Después de todo, ¿qué es exactamente el “yo”? El
astrónomo Martín Rees manifestó tal preocupación:
Me he
reconciliado con la extinción –perder toda conciencia y pudrirme físicamente–.
Ciertamente creo que deberíamos agradecer la fugacidad de nuestras vidas. La
inmortalidad individual sería perjudicial para el posterior desarrollo de la
vida, a menos que podamos transformarnos mental y físicamente en algo diferente
a lo que somos ahora, siendo que las entidades transformadas ya no serían
realmente “nosotros”. Si la tecnología me permitiera trascender a esas
limitaciones, sería la misma persona en el sentido de que conservaría ciertos
recuerdos de mi vida anterior. Pero, incluso con la duración actual de la vida,
no está claro cuánto de la personalidad se preserva realmente. Cada uno de
nosotros es un “manojo de sensaciones” entretejidas como si fuera una hebra
continua, o una línea que se demarca en el mundo [4].
La
idea de que somos un “manojo de sensaciones” proviene del filósofo David Hume,
pero otros filósofos, como el transhumanista extropiano Max More, no estarían
de acuerdo según el concepto del “yo” pleno [5]. La filosofía y la ciencia de
la mente no están lo suficientemente avanzadas como para dar una respuesta a la
pregunta de qué es el “yo”. Mientras que un ser vivo conserve recuerdos de su
pasado, existirá una conexión entre el “yo” pasado y el “yo” presente que será
suficiente para conservar el mismo sentido del “yo”. Para recordar nuestro
pasado, el “yo” del presente ha de ser “retrospectivamente compatible” con
todos los “yo” pasados.
Una
preocupación al respecto es saber si una persona muy longeva dejaría, en algún
modo, de ser humana. La naturaleza humana en sí misma no es rígida. Los seres
humanos se han reinventado constantemente por medio de cambios culturales y
avances tecnológicos según el filósofo transhumanista Nick Bostrom [6].
Incluso, si fuera cierto que alguien que viviera cientos de años comenzara a
transformarse en una entidad diferente, ¿por qué tendríamos que tener miedo?
Después de todo, un hombre a los 20 años es bastante diferente a cuando tenía
5; y a los 60 es bastante distinto a cuando tenía 20. Pero lo que hace a la
vida realmente interesante y nos da la oportunidad de conseguir algo mejor es el
potencial para cambiar. Y tengamos en cuenta la alternativa: la muerte. ¿No
habíamos quedado de acuerdo en que la vida es mejor que la muerte en términos
generales? ¡Pues entonces, será mejor evolucionar, que morir!
RELIGIÓN
Algunos
podrían objetar que la búsqueda de la inmortalidad se opone a la religión. Se
dice que una vida extremadamente larga es en cierto modo antinatural, que va
“en contra de los planes de Dios”. Los principales aliados de la búsqueda de la
inmortalidad son los judíos. En el judaísmo, la mayor metáfora es la que reza
que “Dios es la Vida”. El judaísmo puede ser la religión más compatible con la
“moralidad inmortalista”. En un congreso en 1999 sobre la prolongación de la
vida, el rabino Neil Gillman declaró lo siguiente:
No hay redención en la muerte. La muerte es incoherente, es absurda.
Preguntaron al
rabino si la tradición judía aprobaría la prolongación de la vida humana en
veinte años. “Sí”, respondió. ¿Cuarenta años? “Sí”. ¿Cien años? “Sí”. Para él,
la prolongación indefinida de la vida es un bien moral [7].
MOTIVACIÓN
¿Qué
motivaría a la gente muy longeva a seguir luchando por crear cosas nuevas y
explorar nuevas áreas? La premisa moral básica de la que hemos estado hablando:
el deseo de supervivencia. Un proceso en curso es un viaje, no un destino. Si
la inmortalidad fuera algo que alcanzáramos en algún momento, no podría ser
durante más tiempo el fundamento de la ética. Pero no importa cuánto avance
nuestra ciencia o nuestra tecnología porque es poco probable que la continuación
de nuestra propia vida pueda garantizarse. Teóricamente sería posible vivir
para siempre, pero esto implicaría la resolución constante de nuevos problemas
y la superación de nuevos retos. Podríamos pensar en una expectativa de vida
infinita, garantizada como una especie de límite matemático a la que pudiéramos
tender cada vez más, pero que nunca llegaríamos a alcanzar. Cada nuevo avance
científico disminuiría el riesgo de muerte, pero la búsqueda de la inmortalidad
continuará para siempre.
¿Serán
capaces de correr riesgos aquellos que adopten una moral inmortalista? La
respuesta es sí, ya que la gente ha de correr algunos riesgos para sobrevivir.
No hay paradoja entre querer vivir durante mucho tiempo y correr algunos
riesgos a corto plazo. Para asegurarnos beneficios a largo plazo, hemos de
correr algunos riesgos a corto plazo. Por ejemplo, una persona no se levantaría
de la cama cada mañana si estuviera tratando de maximizar sus opciones de
supervivencia a corto plazo. En cualquier caso, si pensamos a más largo plazo,
podemos determinar que la acción racional sería asumir riesgos, levantarse y
salir a la calle para lograr nuestros objetivos. Es la única forma de hacer que
los extremos se toquen y sobrevivir a largo plazo. Es importante destacar que
estar vivo requiere de un esfuerzo constante, y que la inmortalidad no es un
destino, sino un viaje.
EGOÍSMO
Aún
tenemos que considerar otro aspecto; la inmortalidad como imperativo moral
fundamental no ha de ser interpretada en un sentido puramente egoísta. Es
decir, no se dice que la supervivencia del individuo sea lo principal en todo
momento. También podemos permitir que las vidas de otros sean más importantes,
según sean las circunstancias. Es perfectamente normal correr riesgos para
favorecer la supervivencia de los demás. A lo largo de toda la historia,
exploradores y soldados pusieron sus vidas al servicio de los demás. En algunas
circunstancias, practicar el altruismo y sacrificar nuestra propia vida para
que los demás puedan vivir, puede ser una forma de afirmar la vida. Por tanto,
está claro que la moralidad del inmortalismo no es totalmente egoísta.
También
responde esto a la objeción de que la oportunidad de extender la vida
radicalmente es tan baja que no merece ser tenida en cuenta aún. Algunos podrán
decir que es mejor no perder el tiempo en un objetivo tan poco probable
mientras aún existan, aquí y ahora, tantos problemas para resolver. Pero
nuestra propia oportunidad de éxito no tiene nada que ver con que la extensión
de la vida sea un buen objetivo o no. Incluso si morimos mucho antes de que los
avances científicos encuentren una cura para el envejecimiento, el objetivo es
bueno en tanto estemos ayudando a los demás a lograrlo.
Es
interesante destacar que los fundamentos de la moralidad se pueden falsear
empíricamente. Tal vez no se puede demostrar que la búsqueda de la inmortalidad
sea el valor último, pero sí se puede rebatir. Si en algún momento la ciencia
afirmara que no es posible que la vida durara eternamente en el universo, la
búsqueda de la inmortalidad sería imposible y no podría justificarse. Por
tanto, ¿las pruebas científicas descartan la idea de que la vida podría, en
principio, durar eternamente? Algunos así lo creen. Uno de los argumentos en
contra de que la vida pudiera durar para siempre proviene de una ley de la
física conocida como la segunda ley de la termodinámica. Esta ley dice que la
entropía de un sistema aislado (un sistema que no intercambie materia ni
energía con su entorno) debe crecer siempre. La entropía es una medida del
desorden del sistema. Por ejemplo, el escritor científico Adrian Berry escribió
en una ocasión: “Preservar un cuerpo vivo eternamente violaría la segunda ley
de la termodinámica” [8].
De
hecho, la segunda ley de la termodinámica no implica que un ser vivo tenga que
morir. Los seres vivos no son sistemas aislados; intercambian constantemente
materia y energía con su entorno. Es más, el cuerpo humano excreta los desechos
y toma aire, comida y agua. Mientras que un ser vivo siga obteniendo energía,
no habrá razón por la que tenga que morir. La biosfera del planeta Tierra
intercambia energía con el sistema solar. Pero, ¿qué pasa con el universo? El
universo parece ser un sistema aislado en el cual la entropía ha de crecer. ¿Se
agotarán algún día las fuentes de energía utilizables? ¿Morirá todo? El gran
filósofo Bertrand Russell así lo creía cuando escribió estas desesperadas
líneas:
“El hombre es
el producto de causas que no preveían el futuro al que conducían; su origen, su
crecimiento, sus esperanzas y miedos, sus amores y creencias son el resultado
de la disposición accidental de átomos; y ningún fuego, ningún heroísmo,
ninguna intensidad de pensamiento y sentimiento pueden preservar la vida
individual más allá de la tumba. Todo el esfuerzo de generaciones, toda la
devoción, la inspiración, el prominente resplandor del genio humano están
destinados a extinguirse con la gran muerte del sistema solar, y todo el templo
de los logros del hombre quedará inevitablemente sepultado bajo los escombros de
un universo en ruinas, de modo inapelable y tan cierto que ninguna filosofía
que lo rechace puede esperar permanecer. Sólo sobre las firmes bases de estas
verdades, sólo sobre los firmes fundamentos de esta inquebrantable
desesperación, puede construirse de ahora en adelante y con seguridad la morada
del alma” [9].
En
cualquier caso ningún científico sabe cómo será el fin del universo, si es que
este se produce. Parece que seguirá expandiéndose para siempre, pero la
naturaleza de la energía oscura aún no es lo suficientemente conocida como para
poder afirmarlo. Es importante comprender que incluso si la densidad media de
entropía del universo tuviera que aumentar inevitablemente, esto no implicaría
que el universo llegara en algún momento a alcanzar un punto máximo de
crecimiento y detuviera por completo este aumento. Incluso si el universo
llegara a su fin, sería posible aún que la vida sobreviviera. En 1979, el
físico inglés Freeman Dyson publicó un artículo [10] en el que afirmaba que,
incluso en un universo con energía finita, un ser inteligente aún podría tener
un número infinito de pensamientos. Dio como ejemplo un caso en que el universo
seguiría expandiéndose a pesar de que, a medida que la energía utilizable se
fuera agotando, este universo empezara a “morir”. Dedujo que, a medida que el
universo se volvía cada vez más frío, los seres avanzados aún podrían vivir
teniendo pensamientos a un nivel cada vez más bajo. El físico Frank Tipler
planteó el escenario opuesto; un día, el universo deja de expandirse y comienza
a colapsarse bajo la fuerza de la gravedad, llegando a su fin en un “big
crunch” (gran crujido). La idea era que, a medida que el universo se calienta,
los seres inteligentes aún podrían vivir teniendo pensamientos cada vez más
rápidos, pero sólo si desarrollaran tecnologías lo suficientemente poderosas
como para modificar a gran escala la estructura del universo. Es lo que se
conoce como la teoría del “Punto Omega” [11].
Parece
que los datos empíricos no son suficientes para determinar si la vida en el
universo ha de terminar. Por lo tanto, no hay una base científica que apoye el
pesimismo de Russell, y podemos proponer como conjetura razonable que la vida
puede durar eternamente.
Resulta
interesante en cualquier caso, advertir que la vida en la Tierra probablemente
se expandirá por el Espacio para sobrevivir. Y si es así, parece poco probable
entonces que se convierta en algo aburrido o libre de riesgos, sin importar el
tiempo que uno viva. Siempre habrá nuevos retos excitantes a los que
enfrentarse y es justamente la búsqueda de la inmortalidad lo que conducirá a
la humanidad a enfrentarse a ellos. Esta es la principal razón para creer que
la búsqueda de la inmortalidad debería ser el último imperativo moral.
Se
ha dicho que la inmortalidad es posible, pero sólo si los seres racionales
siguen haciendo esfuerzos para mantenerse vivos; pero no se ha dicho que se
pueda garantizar esa inmortalidad, ya que entonces dejaría de ser un objetivo y
ya no sería la base fundamental de la moral.
La
idea de Tipler de que algún día la vida tendrá que expandirse por el espacio, y
desarrollar tecnología lo suficientemente poderosa como para cambiar la
estructura del universo resulta intrigante, ya que sugiere que el destino real
del universo está ligado a los esfuerzos de los seres vivos por mantenerse con
vida. Si esto fuera así, podríamos decir que la inmortalidad es el auténtico
“telos” (propósito final) del universo.
Referencias
1)
Hobbes, Thomas; 1642, “De Cive” [On the Citizen] // Locke, John; 1690, “Two
Treatises of Government”
2) Fehr,
Ernast & Fishbacher, Urs; “The Nature of Human altruism” en: Nature (23
Oct 2003, 425), pág. 785–791
3)
Schweitzer, Albert; Out of my life and thought, (1953) John Hopkins
University Press
4) Rees,
Martin; ImmInst Interview (2003);
http://imminst.org/forum/index.php?act=ST&f=67&t=2699&hl=&s=
http://imminst.org/forum/index.php?act=ST&f=67&t=2699&hl=&s=
5) More,
Max; The Diachronic Self (1995); http://www.maxmore.com/disscont.htm
6)
Bostrom, Nick; In Defense of Posthuman Dignity (2003);
7) Extraído del congreso Extended Life/Eternal Life de
la University of Pennsylvania; (6 de marzo de 1999)
8) Berry,
Adrian; The Next 500 Years (1995) Headline Book Publishing
9)
Russell, Bertrand; “Appendix B: The Doctrine of Types,” en: Russell, Bertrand; Principles
of Mathematics, (1903); Cambridge University Press; pág.523–528
10)
Dyson, Freeman; “Time Without End: Physics and Biology in an Open Universe” en:
Reviews of Modern Physics (julio 1979, Vol. 51, No. 3)
11)
Tipler, Frank; “Cosmological Limits on Computation” en: International
Journal of Theoretical Physics (1986, 25), pág. 617–661