sábado, 4 de agosto de 2012

Superlongevidad sin superpoblación

Por el Dr. Max More
Editado por el Immortality Institute
Traducido por Crionica.org


            Los defensores de la superlongevidad (expectativa de vida extendida indefinidamente) han venido exponiendo durante décadas sus argumentos en favor de la posibilidad y el deseo de cambiar las condiciones de vida humana. Y durante todo ese tiempo, los que luchan por la superlongevidad han hecho uso de dos o tres argumentos implacables e inamovibles. La cuestión “¿qué haríamos con tanto tiempo?” es uno de ellos. El otro es afirmar que “¡la muerte es algo natural!”, y la respuesta final y predecible es evocar el espectro de la superpoblación. A pesar de la fuerte tendencia a la baja en el crecimiento de la población desde que este asunto empezó a ganar importancia allá por los años 60 del siglo pasado, esta última idea se sigue manteniendo a modo de impedimento.



            El bestseller de 1968, The Population Bomb [1] de Paul Ehrlich, prendió la mecha de una tendencia en la que los alarmistas ignoraron de forma rutinaria los datos y proyectos razonables con el único fin de asustar al público. Aquellos de nosotros que vemos la extensión indefinida de la expectativa de vida como objetivo principal encontramos, lógicamente, este comportamiento un tanto irritante. Si los miedos infundados nos vencen, vamos a obtener muy poco a partir de los programas de ejercicios, nutrición o suplementación. El miedo generalizado conduce a una legislación restrictiva –una legislación que en este caso puede ser mortal. Aunque el volumen de población ha descendido ligeramente, la idea sigue resonando y merece una respuesta. El objetivo de este ensayo es dirigir las implicancias esenciales, proporcionar hechos actuales y disipar los errores generados por la preocupación de la superpoblación.


PRIMERO, LOS VALORES

            Tal y como mostraré, tenemos muy poco que temer al crecimiento de la población, tanto si extendemos la vida como si no. Sin embargo, para darle un enfoque ético, supondré por un momento que el crecimiento de la población es, o será, un serio problema. ¿Nos daría una razón de peso para estar en contra de la extensión de la expectativa de vida?
            No, pero oponerse a la extensión de la vida humana, en último caso, aporta un matiz de implicancias éticas que se añade a los problemas ya existentes. Suponga que es usted un médico que trata a un niño enfermo de neumonía. ¿Rehusaría a tratarle porque mejoraría y podría sentirse lo suficientemente bien como para correr y jugar con los demás niños? Por el contrario, nuestra responsabilidad reside en esforzarnos por vivir mucho y de forma saludable, mientras que ayudamos a los demás a hacer lo mismo. Una vez que hemos empezado a trabajar en este objetivo primario, podremos emplear más energías en resolver otros retos. Una vida larga y vital en el ámbito individual se beneficia sin duda de un entorno social y físico saludable. El defensor de la superlongevidad querría ayudar a encontrar soluciones a cualquier problema de la población, pero la muerte no es una forma responsable o saludable de resolver nada.
            Además, si tenemos en cuenta la idea de limitar la expectativa de vida como forma de controlar la población, ¿por qué no ser más proactivos? ¿Por qué no reducir drásticamente el acceso a los tratamientos médicos comunes? ¿Por qué no ejecutar a todos aquellos que alcancen la edad de 70 años? Una vez que el objetivo colectivo del crecimiento de la población se incorpora como una de las elecciones individuales primordiales, parece difícil no aceptar esta lógica.


¿LO QUE IMPORTA, NO ES CUÁNTO, SINO CÚANTOS?

            Limitar el crecimiento de la población oponiéndonos a la extensión de la vida, no sólo suspende el examen ético, sino también el pragmático, y mantener la tasa de mortalidad alta no es un método eficaz para ralentizar el crecimiento. El crecimiento de la población depende más del número de hijos que tenga cada pareja que del tiempo que viva la gente. En términos matemáticos, una vida más larga no tiene efecto alguno en la tasa de crecimiento exponencial, sólo afecta a una constante de la ecuación. Esto significa que importa poco el tiempo que vivimos una vez que nos hemos reproducido. Comparemos dos sociedades: en el país A la gente vive una media de sólo 40 años y cada familia tiene 5 hijos. En el país B, la esperanza de vida es de 90 años, pero cada pareja sólo tiene 4 hijos. A pesar de la duración de la vida mucho mayor del país B, el crecimiento de la población será mucho más lento que en el país A, y  a largo plazo, hay muy poca diferencia una vez que las parejas han tenido descendencia. La tasa de crecimiento de la población viene determinada por el número de hijos que tengamos, no por el período de tiempo que vivamos.
            Incluso a corto plazo, el efecto en el alza de la población debido al descenso de la tasa de mortalidad se puede detener por un retraso a la hora de tener hijos. Muchas mujeres en los países desarrollados deciden tener hijos a los treinta y pocos años ya que los obstáculos para un embarazo satisfactorio aumentan a medida que envejecen. Tal y como hemos visto en las últimas décadas, ampliar el período fértil de las mujeres les permitiría posponer más su maternidad, hasta que hayan desarrollado sus carreras. Las parejas no sólo tendrán hijos más tarde, sino que seguramente estarán mejor posicionadas para cuidar de ellos, tanto económica como psicológicamente.
            Casi con seguridad, las primeras tecnologías realmente eficaces para extender al máximo la expectativa de vida vendrán acompañadas de un coste significativo de desarrollo humano y aplicaciones. Como consecuencia, los efectos sobre la población se observarán antes en los países desarrollados. Esto nos conduce a otro error en la insinuación de que la longevidad extendida estimulará drásticamente el crecimiento de la población. El hecho es que la superlongevidad en los países desarrollados no tiene prácticamente ningún impacto, ni global, ni local. La ausencia de impacto global es una consecuencia debida al escaso y cada vez menor porcentaje de población de los países desarrollados en la población global. Y realmente no podemos esperar ningún aumento local de población ya que estos países están experimentando un crecimiento muy lento, nulo o incluso negativo:
            La parte de la población global que suponen los países desarrollados ha caído del 32% en 1950 hasta el 20% actual y se prevé que llegue al 13% en 2050 [2]. Si nos fijamos sólo en Europa, veremos una reducción aún mayor: en 1950 Europa contaba con el 22% de la población global. En la actualidad esta cifra ha descendido hasta el 13% y se prevé que llegue al 7% en 2050 [3]. Para una mejor comprensión, hemos de tener en cuenta que la población de 749 millones de África es mayor que la de Europa con 729 millones, según los datos revelados por Naciones Unidas. El crecimiento de la población en Europa de tan solo un 0,03%, asegurará que se reduzca rápidamente en relación con África y otras áreas desarrolladas.
            En la Europa del Este, la población está descendiendo al 0,2%. Entre hoy y el año 2050, la población de las regiones más desarrolladas no cambiará mucho. Las predicciones muestran que a mitad de siglo, las poblaciones de 39 países serán menores que en la actualidad. Por ejemplo, Japón y Alemania serán un 14% más pequeñas; Italia y Hungría serán un 25% menores; y Rusia, Georgia y Ucrania serán entre el 28 y el 40% más pequeñas [3].
            En Estados Unidos, cuya población crece más deprisa que la europea, el tope se resumió en una presentación de S.J. Olshansky al President’s Council on Bioethics, quien “hizo algunos cálculos básicos para demostrar qué ocurriría si nos convirtiéramos en inmortales en la actualidad”. El tope es que si alcanzamos la inmortalidad hoy en día, la tasa de crecimiento de la población será menor que la que se observó durante el “baby boom” que siguió a la Segunda Guerra Mundial [4].
            Una fertilidad baja implica que las tendencias de la población en las regiones desarrolladas del mundo parezcan incluso más suaves si no fuera por la inmigración. Como se informa en las previsiones de población de las Naciones Unidas (Revision to the UN Population Division) del año 2000, “se espera que las regiones más desarrolladas sigan siendo receptoras de inmigrantes internacionales, con una media de 2 millones al año durante los próximos 50 años. Sin inmigración, la población de las regiones más desarrolladas habría empezado a descender en 2003 y no en 2025, y para el año 2050 sería 126 millones más baja que los 1.180 millones estimados en caso de que las supuestas pautas de migración se mantuvieran estables y continuas”.
            Con todo esto, los países lo suficientemente afortunados para desarrollar y disponer de soluciones radicales al envejecimiento y a la muerte no tendrían que preocuparse por la superpoblación. En un escenario ideal, los costes de los tratamientos para extender la vida disminuirían rápidamente, y consecuentemente, serían asequibles no sólo en las naciones más ricas. Por tanto, deberíamos estudiar más allá de las naciones desarrolladas y examinar las tendencias globales de la población por si se produjera una variación significativa.


ESTANCAMIENTO GLOBAL DE LA POBLACIÓN

            Ya hemos visto que no hay razón alguna para dudar en prolongar la vida, incluso en el caso de que la población fuera a crecer más deprisa debido a un aumento en las tasas de fertilidad. Pero, ¿tiene tanto que temer el mundo a una explosión de población, con o sin una extensión de la vida? ¿Está creciendo la población de manera descontrolada? La moda pasajera de los libros populares prediciendo esto se inició en la década de 1960, tras el aumento en la población más rápido de la historia de la humanidad. Desde entonces, los países más pobres, por debajo de nosotros en el ciclo de desarrollo, también han experimentado una drástica reducción en el crecimiento de su población. Y esto es así a pesar de la relativa extensión de la vida, es decir, los años extra de vida proporcionados por las intervenciones médicas y nutricionales.
            Desde una perspectiva global, los números revelan que la media de crecimiento anual alcanzó su punto álgido entre 1965 y 1970 con un porcentaje de crecimiento del 2,07%. Desde entonces, la tasa de aumento ha ido descendiendo, llegando al 1,2% anual de la actualidad. Esto significa un aumento de 77 millones de personas por año, según la población mundial estimada para mediados del año 2000 de 6.100 millones de personas [3].
            Tan sólo seis países experimentan la mitad de este crecimiento: India con un 21%, China con un 12%, Pakistán con el 5%, Nigeria y Bangladesh con el 4% cada uno e Indonesia con el 3%. En China se ha reducido considerablemente el número de hijos por mujer en los últimos 50 años, de 6 a 1,8. Partiendo de la misma tasa de natalidad, en India ha bajado mucho menos, aunque casi reduciendo a la mitad la tasa de 3,23%. Si estas tendencias se mantienen hasta 2050, la población de India superará a la de China [5].
            A pesar de la fecundidad de estos “productores de gente”, el esquema global es alentador:

La tasa de fertilidad total del mundo cayó casi 2/5 entre 1950 y 1955 y 1990 y 1995, de 5 hijos por mujer a 3,1. La media de fertilidad en las regiones más desarrolladas descendió del 2,8 al 1,7, mientras que en los países menos desarrollados cayeron un 40%, llegando de 6,2 a 3,5 hijos por mujer [6].

            Podemos esperar que el crecimiento de la población siga ralentizándose hasta que alcance una cifra estable. Pero, ¿cuál será esa cifra? Nadie lo sabe con certeza pero las predicciones de Naciones Unidas indican que la población puede llegar, como mínimo, hasta los 8.000 millones de personas, con una proyección media de 9.300 millones y un tope de 10.900 millones [2; 7]. Esta proyección media indica que la población global alcanzará su punto álgido hacia el año 2040 y luego empezará a disminuir.
            La primera versión de este ensayo la escribí en 1996 y mientras lo revisaba me pareció interesante el hecho de que, hace menos de una década, las previsiones más altas estimaban 12.000 millones de personas o incluso más. Los demógrafos han seguido con su larga tradición de sobreestimar el crecimiento de la población. Parece que este efecto se ha reducido, pero tomando todas estas proyecciones con una sana dosis de escepticismo, especialmente las que implican un período mayor que una generación.


LAS FUERZAS DE LA DESACELERACIÓN DE LA POBLACIÓN

            Entonces, ¿por qué deberíamos esperar que la gente en los países menos desarrollados, e incluso facilitándoles métodos contraceptivos, decidieran tener menos descendencia? Esto no es pura especulación basada en las tendencias recientes. Las condiciones económicas explican esta tendencia constante y dan sentido al hecho de que las naciones más pobres están empezando a evolucionar en su transición hacia un número más bajo de nacimientos.
            La desaceleración en el crecimiento de la población parece ser resultado inevitable del aumento de las riquezas. Muy pronto, en las curvas de crecimiento de un país en vías de desarrollo, los niños pueden ser considerados “productores de bienes”, como dirían los economistas. Los padres ponen a sus hijos a trabajar en sus granjas para producir alimento e ingresos. Se dedican muy pocos esfuerzos a cuidar de los niños, sin planes sanitarios, clases particulares, viajes a Disneylandia, juguetes de los X-Men o facturas de teléfono móvil descomunales. A medida que nos volvemos más ricos, los niños se van convirtiendo en “consumidores de bienes”. Es decir, los vemos cada vez más como pequeñas personitas que han de divertirse y educarse, no como una carga que ayuda a mantener la unidad de la familia. Gastamos miles de dólares para que nuestros hijos estén sanos, para entretenerlos y educarlos. Preferimos menos hijos, no camadas, y esta preferencia parece estar respaldada por los cambios en los gustos que resultan de una educación cada vez mejor. Los ingresos, como contrapunto a la cara ecuación que supone tener más hijos, han inclinado la balanza en favor del hecho de tener menos hijos a medida que la población se vuelve más urbanizada. Es más caro tener hijos en la ciudad y produce menos ingresos que en el campo.
            Pero la fertilidad desciende también por otra razón: a medida que los países más pobres se van enriqueciendo, la mortalidad infantil desciende como resultado de las mejoras en nutrición, sanidad y cuidados médicos. Incluso se puede producir un descenso en la mortalidad infantil sin que aumenten los ingresos. La gente en los países más pobres no es estúpida; también ellos planean la maternidad para reflejar las condiciones de cambio. Cuando las tasas de mortalidad infantil son altas, las investigaciones han demostrado que las familias tienen más hijos para asegurarse el tamaño de la familia. Tienen más hijos para compensar las muertes, y en ocasiones tienen hijos “adicionales” para anticiparse a futuras muertes. Estas familias reducen la tasa de fertilidad cuando se dan cuenta de que se necesitan menos nacimientos para alcanzar el tamaño de familia deseado. Y dado los incentivos para tener menos hijos según va creciendo la riqueza y la urbanización, la reducción de mortalidad lleva a las familias a reducir su tamaño.
            La política económica proporciona ayudas a los nacimientos. Muchos de los que han censurado el crecimiento de la población han apoyado también estas políticas de incentivos de nacimientos. Es más, incentivan los nacimientos entre aquellos menos capaces de criar y educar correctamente a sus hijos. Si queremos alentar a la gente a tener más hijos, deberíamos hacer que fuera más económico tenerlos. Si queremos desanimarlos o al menos refrenar su aumento, lo que hay que hacer es dejar de subvencionarlo. Las subvenciones incluyen educación gratuita (pero gratuita para los padres, no para los contribuyentes), cuidados médicos gratuitos y prestaciones sociales adicionales para las mujeres por cada hijo. Si los padres han de afrontar personalmente los costes de tener hijos, en lugar de hacer que todos paguen por ello, lo que harán será tener el número justo de hijos que puedan mantener.
            Aún más, si existiera un problema de población en algunos países, extender la expectativa de vida no empeoraría el problema más que el hecho de mejorar la seguridad de los automóviles, de los trabajadores, o de reducir el crimen. ¿Quién querría mantener esa amenaza de muerte para combatir el crecimiento de la población? Si queremos que la población crezca más despacio, debemos centrarnos en reducir los nacimientos, financiar programas de contracepción y planificación familiar en los países más pobres. Esto ayudará al desarrollo natural de las parejas a la hora de tener menos hijos. Las parejas serán capaces de tener menos hijos por propia elección, no por accidente. Y las mujeres, incluso se animarán a entrar en el mundo moderno, con la posibilidad de desarrollar vocaciones diferentes al mero aumento de la natalidad.


LA “SUPERPOBLACIÓN” NOS DISTRAE DE LOS VERDADEROS PROBLEMAS

            Posteriores revisiones en el crecimiento de la población, estimaciones y proyectos de Naciones Unidas en cuanto a demografía global desde 1950, han reducido drásticamente la credibilidad de cualquier argumento basado en la superpoblación en contra de la extensión de la vida. Además, podemos entender mejor los problemas reales relacionados con la superpoblación en lugar de hablar de pobreza. La pobreza, a su vez, no es resultado de que exista mucha gente, sino, de otros muchos factores que incluyen el mal funcionamiento de los gobiernos, las guerras y la escasa seguridad de los derechos de la propiedad.
            Tal y como señala Bjorn Lomborg, muchos de los países más densamente poblados están en Europa. La región con la mayor densidad de población, el sudeste asiático, tiene casi el mismo número de personas por metro cuadrado que el Reino Unido. Aunque India tiene una población mayor y en aumento, la densidad de población está por debajo de la de Holanda, Bélgica o Japón. Lomborg también señala que Ohio y Dinamarca tienen una densidad de población mayor que Indonesia [3].
            También, deberíamos asumir que el mayor crecimiento de la población se da en áreas urbanas, que proporcionan un mejor nivel de vida. Como resultado, la masa continental del planeta no estará más poblada de lo que está hoy en día; en las próximas tres décadas podemos esperar que no se produzcan cambios en la población rural, y en el año 2025, el 97% de Europa estará menos poblada de lo que lo está en la actualidad [8]. Y deberíamos alegrarnos de que incluso en las zonas urbanas, los pobres prosperen más que en el campo. Las causas son la mejora en los suministros de agua, de los tratamientos de las aguas residuales, de los servicios sanitarios, de la educación y de la alimentación [9]. Por extraño que parezca, las enfermedades infecciosas graves como la malaria suponen una menor amenaza, allá donde los edificios están muy cerca unos de otros, siendo las zonas pantanosas las preferidas de moscas y mosquitos [10].


LA SOSTENIBILIDAD Y LA GRAN RESTAURACIÓN

            El futuro podría ser más brillante de lo que nos han descrito los ecologistas. Como dice Ronald Bailey [11]:

Jesee Ausubel, director del Program for the Human Environment de la Rockefeller University, cree que en el siglo XXI veremos el comienzo de una “Gran Restauración” como resultado del aumento de las actividades productivas de la humanidad que nada tienen que ver con el mundo natural.

            Si los granjeros del mundo llegan a alcanzar el rendimiento tipo de los sembradores de maíz de Estados Unidos, podrían comer 10.000 millones de personas con la mitad de la cosecha de maíz. Este es sólo uno de los métodos, en que los avances tecnológicos en horticultura permitirán, que gran parte de la tierra dedicada a siembra, vuelva a ser terreno natural sin cultivar. Los cultivos transgénicos también podrían multiplicar los niveles de producción, a la vez que resolverían algunos problemas importantes en cuanto al medio ambiente [12].
            Las visiones que enfatizan el ingenio humano y la oportunidad, poseen un registro histórico más impresionante que aquellas que enfatizan la pasividad y la impotencia. Paul Ehrlich es el típico caso representativo de estos últimos y sólo hay que echar un vistazo a uno de sus libros oscuros y alarmistas para darse cuenta del mal que han hecho sus predicciones. En un  artículo de 1969, Ehrlich predijo que la vida marina moriría por contaminación de DDT en 1979 y eso nos dejaría sin pescado; que en 1973 morirían 200.000 personas en Nueva York y Los Ángeles a causa de una nube tóxica; que la esperanza de vida en Estados Unidos se reduciría hasta los 42 años en 1980 por la avalancha de enfermos de cáncer debido al uso de pesticidas, y que en 1999 la población de Estados Unidos se quedaría en 22,6 millones [13]. Ehrlich perdió estrepitosamente una apuesta de diez años contra el economista Julian Simon (y se negó a apostar de nuevo) [14]. En 1974 Ehrlich recomendó que se almacenaran latas de atún en conserva porque Estados Unidos haría recortes en los suministros de proteínas... y mucho más.
            Bailey [13], al contrario que Ehrlich, explica:
En su lugar, y según Naciones Unidas, la producción agrícola en el mundo desarrollado ha aumentado un 52% por persona desde 1961. El consumo diario de alimentos en los países pobres ha aumentado de 1.932 calorías, apenas lo justo para sobrevivir, en 1961 a 2.650 calorías en el año 1998, y se espera que llegue a las 3.020 calorías en el año 2030. Del mismo modo, la proporción de gente que muere de hambre en los países en vías de desarrollo ha caído del 45% en 1949 al 18% actual, y se espera que baje aun más hasta el 12% en 2010, para que se estabilice en tan sólo un 6% en 2030. En otras palabras, el alimento no escasea, sino que es cada vez más abundante, y eso se refleja en su precio: desde 1800 los precios en alimentación han descendido en más de un 90%, y según el Banco Mundial, en el año 2000 los precios fueron “más bajos que nunca”.

            Un vistazo rápido a la historia económica y social, nos deja una cosa muy clara: a lo largo de toda la historia, la gente ya ha conceptualizado la superpoblación. Incluso el gran científico social del siglo XIX, W. Stanley Jevons, afirmó en 1865 que la expansión industrial de Inglaterra cesaría pronto debido al agotamiento de las reservas de carbón del país [15]. Sin embargo, a mayor escasez, mayor precio. El beneficio motivaba a los empresarios para buscar nuevos recursos, desarrollar mejor tecnología para encontrar y extraer carbón y transportarlo a donde fuera preciso. La crisis nunca se produjo. Hoy, Estados Unidos ha comprobado que las reservas son suficientes para los próximos cientos o incluso miles de años [16]. Si un recurso empieza a agotarse, subir su precio forzará un cambio en busca de alternativas. Ni siquiera una población muy amplia puede esperar agotar las reservas de energía (la energía solar, la energía nuclear procedente de la fisión, y pronto de la fusión, son prácticamente inagotables). Mientras que contemos con energía abundante, podremos producir recursos que los sustituyan, e incluso generar más de los existentes, incluyendo alimentos. Aún cuando se diera el caso de que la población creciera mucho más de lo que muestran las previsiones más elevadas, es seguro que la inteligencia humana y la tecnología serían totalmente capaces de cuadrar las cuentas.
            La inteligencia humana, la nueva tecnología y la economía de mercado permitirán al planeta soportar varias veces la población actual de 6.200 millones de personas; podría soportar muchas más vidas humanas de las que probablemente veremos dado la tendencia a la baja de la tasa de natalidad. Muchos países, incluido  Estados Unidos, presentan baja densidad de población. Si la población de Estados Unidos fuera tan densa como en Japón (seguramente el lugar más poblado), sería de 3.500 millones, en lugar de los 265 millones que tiene. Si Estados Unidos tuviera una densidad de población igual a la de Singapur, serían casi 35.000 millones de personas, casi siete veces el número total de la población mundial. Las nuevas tecnologías, desde las simples mejoras en irrigación y administración hasta los avances actuales en ingeniería genética, deberían seguir mejorando la producción mundial de alimentos. Muere menos gente de hambre, a pesar de existir una mayor población. Esto no significa que se sientan satisfechos; millones de ellos aún pasan hambre o son susceptibles de sufrir interrupciones en el suministro de alimentos. Necesitamos eliminar las barreras del mercado, abolir la política de control de precios en agricultura (que no anima ni a seguir produciendo ni a invertir), y presionar a los gobiernos que estén inmersos en guerras y colectivización para que modifiquen su forma de actuar.


LA POLUCIÓN

Tampoco debemos esperar que la polución empeore si la población aumenta. Al contrario de la creencia popular, la polución en los países más desarrollados ha ido descendiendo durante décadas. Los niveles de plomo en Estados Unidos han descendido radicalmente. Desde 1960, los niveles de dióxido de azufre, monóxido de carbono, ozono y compuestos orgánicos han bajado a pesar del aumento de la población. La calidad del aire en las áreas urbanas sigue mejorando, y los Grandes Lagos están recuperando sus niveles de pureza [17]. Esto no es casual. A medida que nos enriquecemos, tenemos más dinero para invertir en un entorno más limpio. Si uno necesita alimento, refugio y otros bienes básicos, no se detiene a pensar en el medio ambiente. Desde que existen mecanismos que permiten limpiar y purificar el aire y el agua y espacio para recrearnos, podemos esperar que siga sucediendo así.
Lo más eficaz para estimular cambios positivos son los mercados, es decir, que los indicadores de precios sean un incentivo para moverse en la dirección adecuada. Si todos los que contaminan tienen que pagar por lo que producen, ya que su actividad se inmiscuye en los derechos de los demás, buscarán formas de hacer las cosas reduciendo los niveles de contaminación. Los problemas de contaminación existen, y muchos de ellos pueden deberse a un error en el cumplimiento de los derechos de la propiedad privada, por lo que esos recursos se tratan como bienes gratuitos que no necesitan administración. La pesca en aguas sin dueño conocido es un ejemplo de ello. Otro es la desertificación de terrenos cuya propiedad ostentan varias personas o el gobierno en África. Podemos estar relativamente seguros de que la tendencia a la baja de la contaminación seguirá siendo igual, aún con una población mayor. De todos modos, la autocomplacencia está fuera de lugar. Deberíamos presionar para que la administración de los recursos se hiciera de forma responsable, privatizando los recursos comunes para crear incentivos que aseguraran su gestión y renovación.
Mientras que se permita la libertad en la generación de riquezas y tecnología, podemos esperar que la polución siga disminuyendo. El reciclaje más eficaz, los procesos de producción que generen menos residuos y una mejora en la monitorización y detección de agentes contaminantes, junto con incentivos económicos para garantizar que cada productor se responsabilice de sus emisiones, nos permitirían seguir mejorando el medio ambiente, a pesar de que la población siguiera creciendo. Suponiendo que lográramos el control absoluto al nivel molecular, como esperan los nanotecnólogos, obtendríamos las claves para producir sin contaminar. Otro efecto de la manufactura molecular será la desaparición de gran parte de la maquinaria a gran escala. Cada vez se necesitará menos espacio para la maquinaria de fabricación, lo que dejará más espacio para las personas. Es más, alguna de esa maquinaria se enviará al Espacio. El resultado de estos y otros cambios (algunos de los cuales ya están en proyecto) liberarán a la Tierra de objetos y maquinaria prescindible, aunque anteriormente necesaria.
            El tema de la población tiene implicancias objetivas, económicas y éticas. Animo al lector interesado a examinar las fuentes citadas en el apartado de referencias, en especial los ensayos de Jesee Ausubel [18] y los libros de Bailey, Lomborg y Simon [3; 19; 20-25]. Tan sólo he esbozado unas líneas de pensamiento que muestran que estamos terriblemente equivocados al no apoyar la extensión de la vida por temor a la superpoblación. Avancemos hacia ello; una vez que hayamos vencido al envejecimiento esperaremos otras amenazas para nuestras vidas, como la guerra o la violencia, que serían cada vez menos aceptables. Podemos apreciar que en las sociedades donde la población presenta índices de edad elevados, se vive mejor que en las generaciones anteriores, y no sólo por el bienestar económico, sino también por la seguridad y la salud.


Referencias

1) Ehrlich, Paul R; The Population Bomb (1968); Sierra Club-Ballantine

2)World Population Prospects: The 2000 Revision (2001a); United Nations Publications

3) Lomborg, Bjorn; The Skeptical Environmentalist: Measuring the Real State of the World (2001); Cambridge University Press

4) Olshansky, SJ; “Duration of Life: Is There a Biological Warranty Period?” en: The President’s Council on Bioethics (2002) Washington, DC http://www.bioethics.gov/transcripts/dec02/session2.html

5) World Population Prospects: The 2000 Revision, Additional Data (2001c); United Nations Publications

6) Eberstadt, Nicholas; “Population, Food, and Income: Global Trends in the Twentieth Century” en: Bailey (1995)

7) World Population Prospects: The 2000 Revision, Annex Tables (2001b); United Nations Publications

8) World Urbanization Prospects: The 1996 Revision (1998); United Nations Publications

9) The Progress of Nations (1997) UNICEF http://www.unicef.org/pon97/

10) Miller, Jr. Tyler G; Living in the Environment: Principles, Connections, and Solutions (1998); Wadsworth Publishing Company

11) Bailey, Ronald; “The End Is Nigh, Again” en: Reason (2002); 26 de junio

12) Rauch, Jonathan; “Will Frankenfood Save the Planet?” en: The Atlantic Monthly (2003); Octubre

13) Bailey, Ronald; Eco-Scam (1993); St. Martin’s Press


15) Jevons S; The Coal Question: An inquiry concerning the progress of the nation and the probable exhaustion of our coal mines (1865); Kelley Publishers

  
17) Taylor, B et al. “Water Quality and the Great Lakes” en: Michigan’s Opportunities and Challenges: Msu Faculty Perspectives, Michigan in Brief: 2002–03. Public Sector
Consultants, Inc.

18) Ausubel, Jesse; “The Great Restoration of Nature: Why and How” en: Challenges of a Changing Earth (2002); pág.175–182 // Proceedings of the Global Change Open Science Conference, Amsterdam, Netherlands (2001, 10–13 July) editado por
Steffen, W & Jaeger, J & Carson, DJ & Bradshaw C; Springer http://phe.rockefeller.edu/sthubert/hubert.pdf // Ausubel, Jesse; “Where is Energy Going?” en: The Industrial Physicist (2000);

19) The True State of the Planet (1995); editado por Bailey, Ronald; The Free Press

20) Simon, Julian L; “Resources, Population, Environment: An Over-Supply of False Bad News” en: Science (1980, Vol. 280); pág.1431–1437

21) Simon, Julian L; The Ultimate Resource (1981); Princeton University Press

22) Simon, Julian L; “Forecasting the Long-Term Trend of Raw Material Availability,” en: International Journal of Forecasting (1985, Vol. 1); pág.85–109

23) Simon, Julian L; Population Matters (1990); N.J.: Transaction

24) Simon, Julian L; “Bunkrapt: The Abstractions that lead to scares about resources and population growth,” en: Extropy (1993, Vol. 11); Verano/otoño 1993, pág.34–41

25) The Resourceful Earth (1984); editado por Simon, Julian L & Kahn, Herman; Basil Blackwell, Inc.

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